Dolores Redondo
La escritora vuelve al escenario del crimen
«Todos sabemos que somos capaces de matar»
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«Todos sabemos que somos capaces de matar»
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Viernes, 08 de Noviembre 2024
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El fragor constante del río, un verdor contundente, la sencilla majestad de las casonas navarras… todo en Elizondo y sus alrededores inspira a Dolores Redondo. Aquí arrancó su vida de novelista de éxito. Ahora regresa para hurgar en su nuevo libro, Las que no duermen NASH (Destino), en varios crímenes; entre ellos, en uno real que tuvo lugar en Gaztelu, muy cerca de allí, y que sigue sin ser resuelto. Nos habla de psicópatas, leyendas y brujas mientras nos enseña los escenarios de su nueva novela y nos cuenta cómo la literatura le ha cambiado la vida.
XLSemanal. ¿Por qué ha vuelto a Elizondo?
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Dolores Redondo. Porque es mi territorio. Aquí me siento en una especie de parque temático de mi imaginación. Cuando voy por la calle, casi puedo ver a mis personajes. Además, la historia de esta novela está inspirada en un lugar real que está aquí, en los Valles Tranquilos de Navarra.
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XL. Han pasado once años desde El guardián invisible. ¿En qué le ha cambiado la vida?
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D.R. Ha cambiado absolutamente porque he alcanzado mi sueño, que era ser escritora y vivir de mi trabajo. Casi no recuerdo la vida de antes. Soy muy feliz porque me ha permitido estar más tiempo con las personas que quiero y he podido tener mucho tiempo de calidad con mis hijos.
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XL. ¿Sus hijos leen sus libros?
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D.R. No [se ríe]. Esto es una tónica general. Sí que están muy orgullosos, y saben de ellos porque hablo mucho en casa de lo que estoy escribiendo y me acompañan a los escenarios de las novelas. Además, la portada de este libro la ha hecho mi hijo. Es diseñador y este es uno de sus primeros trabajos. No han leído mis libros, pero mis hijos me han dicho que piensan leerse este.
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XL. ¿Por qué interesa el crimen?
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D.R. Fascina porque es algo que tú no harías y que, sin embargo, sabes que de alguna manera también está en ti. No quizá cometer una atrocidad como las que escribimos los escritores en las novelas, pero todos sabemos que seríamos capaces de matar a otro ser humano en un momento dado. Y eso es terrible. Vivimos sabiendo que hay una espoleta, que si tocas cosas de otro que le parecen intocables podría llegar a hacerlo. Es algo que exploramos porque nos da miedo, porque sabemos que está en todos nosotros.
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XL. ¿En todos?
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D.R. ¿Que todos seríamos capaces de matar? En defensa propia, casi todos. Si tocan a tus hijos… serías capaz de matar para defenderlos. De hecho, dentro de las causas judiciales hay muertes que se justifican.
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XL. En sus novelas hay madres con una influencia increíble sobre sus hijos. ¿Le pasó a usted con su progenitora?
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D.R. Provengo de una familia matriarcal. Mi padre era marino, como casi todos los hombres de mi familia, casi todos los padres de mis amigos y casi todos mis vecinos, con lo cual mi comunidad estaba formada por mujeres. Ver al padre era algo rarísimo. Las madres, las tías, las abuelas, las primas eran como viudas, pero con un marido que venía de vez en cuando.
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XL. ¿Le ha sucedido lo que a Nash de oír a su madre en su cabeza?
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D.R. Sí. Muchas veces la oigo cuando me tengo que despertar. Hasta que me fui de casa con veintipico años, yo no oía el despertador. Dormía como una piedra, no oía ni el teléfono ni el timbre ni nada. Pero cuando ella me llamaba –y lo hacía muy suave– me despertaba a la primera, decía mi nombre y me despertaba. A veces, cuando me despierto, oigo su voz llamándome como entonces.
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XL. Otro elemento de sus novelas son las vecinas.
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D.R. El matriarcado es esa vigilancia y tiene su parte negativa. Cuando era adolescente, me molestaba bastante ese chismorreo de las vecinas. Pero también hay una vigilancia y un cuidado. En mi portal, los maridos no estaban y la gente se mantenía pendiente de quien estaba embarazada, de la que no había llevado al niño al cole, que si te llevo esto, que si necesitas algo. Ya te digo yo que en mi portal no me iba a violar nadie porque me controlaban las vecinas. Es un control que también hacen tus primas, tu abuela, las amigas de tu abuela, tus tías… Se mete todo el mundo en tu vida.
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XL. Vive en un pueblo navarro, ¿se plantea mudarse?
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D.R. Yo soy de Donosti. Y cuando me fui a vivir a un pueblo más pequeño pensé: «¿Cómo será la adolescencia de mis hijos aquí?». Pues están de maravilla. Mi hija, que tiene ahora 18 años –que puede ser el momento en que más te amarga vivir en un pueblo–, está encantada. Le gusta mucho.
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XL. ¿Duerme bien? Porque Las que no duermen está poblado de insomnes.
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D.R. Siempre he sido noctámbula. El título homenajea a todas las mujeres inquietas. En el Medievo, estar despierta durante la noche era algo negativo, propio de brujas. No se podía coser, leer, bordar ni barrer ni nada. No podían hacer ninguna actividad. Esto recuerdo haberlo oído en mi casa. Después de cenar, recogíamos la cocina. Pero no barrían. Porque decía mi abuela que barrer de noche es de brujas. En la novela hay un homenaje a todas las que nos quedábamos hasta la madrugada a leer, a escuchar música y a hacer cosas. Soy partidaria de que si tu espíritu está inquieto y no puedes dormir hagas lo que te pida el cuerpo. Si tienes un trabajo como el mío, puedes ir a tu ritmo y duermes cuando tienes sueño.
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XL. Le interesa la depresión.
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D.R. Porque la he vivido en mi familia. Cuando yo era pequeña, tuvimos varias pérdidas de gente a la que no le tocaba. Fue muy traumático. Durante muchos años, varios miembros de mi familia han estado muy tristes. Sé cómo es.
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XL. ¿Le da miedo caer en ella?
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D.R. No, yo no soy depresiva. Sé que no lo soy porque ha habido mil ocasiones en la vida en las que podría haber caído y también porque aprendí de pequeña a gestionar los duelos. Creo que nuestra sociedad lo hace fatal con los duelos.
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XL. ¿A qué se refiere?
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D.R. Me refiero a los duelos por la pérdida de cualquier cosa, que te deje tu novio, que pierdas tu trabajo, que muera alguien que quieres… Nuestra sociedad no lo hace bien. Vamos demasiado rápido. Antes se velaba a los muertos en casa, todo el mundo había visto un cadáver. Se llevaba a los niños a verlos. Ahora en el momento en que alguien fallece desaparece inmediatamente. No hay tiempo para asumir la separación. Y la sociedad no admite la tristeza.
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XL. ¿Hay que admitirla?
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D.R. Es necesario pasar por las fases de dolor y de sufrimiento. Pero en nuestra sociedad no nos gusta ver a nadie triste. Si estás hecho polvo, se te admite unos días. Luego, en cuanto eso se prolonga, alguien muy amablemente te va a recomendar que vayas al médico y que te dé algo, no para que no estés triste, sino para que no parezca que estás triste.
XL. ¿Hay obsesión con la felicidad?
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D.R. Claro, parece que casi estamos obligados a celebrar que te ha dejado el amor de tu vida. «Hay más peces en el mar, chica. Vamos a salir a divertirnos. Venga pa’lante a sonreír. Píntate los labios y sal a la calle», te dicen. Te obligan demasiado pronto a pasar página. Y es normal que estés triste, que lo llores y que te pases tu rato de decir «qué mierda, me ha pasado esto y lo estoy pasando mal», y admitirlo. Uno se cura yendo hasta el fondo, raspando ahí, desinfectando, y luego cosiendo y esperando a que cicatrice, pero no ignorándolo.
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XL. Sus referentes literarios han sido Norman Mailer o Charles Dickens.
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D.R. Y Ana María Matute. Me he sentido identificada con sus descripciones de la infancia. Yo era una hermana mayor aparentemente muy responsable, muy tranquila. Era introvertidísima, silenciosa, muy lectora. Solía estar muchísimo con personas mayores. Me encantaba escuchar conversaciones de adultos. Era lo que llamaban ‘una niña vieja’. Y era bastante listilla porque escuchaba conversaciones de adultos. La cocina de casa de mi madre estaba siempre llena de vecinas que venían a tomar café. Y contaban cosas de su matrimonio, sus hijos, sus familias, sus economías. A mí me encantaba escucharlas. Yo no quería jugar con nadie. Quería estar ahí escuchando.
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XL. Ahora tiene reuniones de amigas.
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D.R. Una de las cosas más impor-tantes que me ha dado la escritura es el haber conocido a personas alucinantes como a Ana María y también a un grupo de amigas, mi grupo de brujas, unas mujeres con las que siento un gran comadreo. Somos muy diferentes, tenemos vidas muy distintas y nos sentimos queridas y respaldadas. Es una gozada.
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XL. Otro ingrediente de sus novelas son los abusos sobre los niños.
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D.R. Es que los niños no se tocan, nunca, ningún niño. Y estoy convencida –por todo lo que he leído sobre ello– de que los daños que tienen los que han sufrido abusos no solamente los tienen los que son víctimas, sino los agresores también.
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XL. ¿De ahí vienen sus crímenes?
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D.R. Los psicópatas lo son… y punto. Y no tiene que ver con la educación que han recibido. Pero estoy convencida de que si fuésemos capaces de preservar a una generación entera de niños, si les diéramos cuidados y atención, y se sintieran queridos y no vivieran soledad ni abuso ni miseria ni el estar apartados… Si pudiéramos hacer eso, tendríamos una generación de gente mucho más sana mentalmente, más libre y segura, más capaz de dar amor. Hay dos cosas que aprendemos en casa de pequeños sin que nos digan una sola palabra, y son cómo es el amor y cómo es el miedo. Si recibimos un amor sano y nos crían con tranquilidad y con afecto, ese es el tipo de amor que repetiremos en nuestra vida. Y el miedo se aprende en casa, es lo más terrible del mundo.
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XL. Percibe que ahora en el País Vasco hay otra situación.
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D.R. En el País Vasco ahora vivimos muy bien. No tiene nada que ver con cómo era el mundo que yo conocí en mi infancia. En mi familia no hemos tenido que vivir impuestos revolucionarios y tampoco teníamos a nadie activo en política, lo vivíamos como la mayoría de la gente. Han sido años durísimos. Pero en mi familia, nadie estaba en política. El que más lo estaba era mi padre, que era sindicalista. Estoy orgullosísima de él porque ayudó a que mucha gente tuviera un salario más digno.
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XL. Ha ganado varios premios. ¿Le queda algún sueño?
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D.R. Muchos. Pero no los cuento porque soy supersticiosa. Creo que los sueños tienen que ser una cosa fastuosa, porque si son asequibles, son metas, no son sueños.
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XL. ¿Es supersticiosa?
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D.R. Creo que la fe funciona para millones de personas. Pero también en los momentos de incertidumbre la gente recurre a otras cuestiones que tienen que ver con la superstición o con aspectos culturales, que son los que me interesan más a mí.
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XL. Dice que le gusta el misticismo.
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D.R. Tiene cosas más oscuras y más peligrosas, pero también tiene cosas positivas. Y dentro de ese misticismo, que es clave en todas mis novelas, entran, por supuesto, las religiones, las sectas, las creencias populares. La fe pervertida es peligrosa. Y son tipos de fe. No podemos llamar ‘fe’ solamente a la que se tiene en torno a las religiones. En todas las policías hay un grupo que se dedica a las sectas y a los delitos que están relacionados con creencias y con fe. No se plantean si se puede creer o no, simplemente trabajan en ello.
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XL. Una última curiosidad: ¿cómo es que se incluye como personaje en esta novela?
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D.R. En Elizondo me ha sucedido que (sin reconocerme) alguien se dirija a mi grupo preguntando: «¿Me podéis decir cuál es la casa de la tía Engrasi de las novelas de la Redondo?». Me produce la sensación de ser para ellos como un personaje más, y una curiosa disociación entre la mujer que soy y la que mis lectores perciben. Oír hablar de ‘la Redondo’ en tercera persona fue el punto de partida para percibirla como un personaje.
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