Sandra Aza ha dedicado más de seis años de su vida a documentarse y escribir Libelo de sangre (Ed. Planeta), una novela histórica que atrapa por su trama, unos personajes muy bien trazados, las ricas descripciones, un lenguaje que evoca el de la época y un relato apasionante de un proceso judicial llevado a cabo por el tribunal de la Santa Inquisición.
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Todo ello en un escenario perfectamente trabajado y narrado, el Madrid del Siglo de Oro, capital de medio mundo en 1620 y, también, abundante en pobreza, suciedad, criminalidad y picaresca. Para charlar de todo ello, tomamos un café con la autora en el centro de Madrid, en un lugar tan emblemático como el Ateneo.
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– Sandra, ¿qué era un libelo de sangre? ¿Eran frecuentes o no tanto en la España del Siglo de Oro?
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Los libelos de sangre eran querellas o acusaciones falsas que implicaban a los judíos en el secuestro de niños cristianos para torturarlos y crucificarlos en una parodia burlona de la pasión y muerte de Jesús. También se harían con su sangre para emplearla luego en rituales oscuros, de magia negra. Todo esto es absolutamente incoherente con el propio credo de los judíos, ya que tienen absolutamente prohibido consumir sangre, ni tampoco tocarla, pero dichas denuncias eran bastante frecuentes en esa época.
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En la actualidad, se sigue hablando de libelos de sangre en el contexto de alguna acusación falsa atribuida a los judíos por cuestiones de su religión.
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– Las 750 páginas más otras 50 de notas aclaratorias de Libelo de sangre nos meten de lleno en una trama de crímenes, traiciones, penurias, proceso penal y crueldad. ¿Qué fue lo más difícil del largo proceso para dar a luz esta magnífica obra?
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El germen de Libelo de sangre fue el proceso judicial, algo vinculado a mi profesión como abogada. Me fascinaba narrar un procedimiento judicial llevado a cabo por el tribunal de la Inquisición y cómo, por el derecho procesal de entonces, los acusados podían acabar en la hoguera. Esta parte me resultó más sencilla, pero hilar toda la trama alrededor y enhebrarla bien para que todo encajara ha sido como armar un inmenso puzle, donde suceden cosas que tú no esperabas.
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Empiezas con la novela a tu servicio y al final eres tú quien está al servicio de la novela. Alonso, por ejemplo, era un personaje secundario que acabó convirtiéndose en el principal, por encima de su padre Sebastián.
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– Tu novela arranca en el invierno de 1620, cuando nevaba de veras, la suciedad campaba a sus anchas, el hambre acuciaba, los robos y crímenes eran frecuentes y los niños expósitos, abundantes. ¿Era esa la realidad de la capital del imperio español?
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Absolutamente. Amo Madrid y, precisamente por ello, he querido plasmar el cuadro real que presentaba entonces, el de una pirámide con una base enorme donde estaba el pueblo llano y una pequeña cumbre en la que se situaba la aristocracia, mucho más reducida. En mi novela están ambas, doy algunas pinceladas de esa élite, pero, sobre todo, está el Madrid verdadero del siglo XVII en el que mucha gente vivía en chamizos o en la calle.
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Había un aluvión también de niños expósitos: la inclusa empezó con un edificio y tuvo que ir arrendando otros contiguos para conectarlos entre sí con pequeños túneles porque no daban abasto.
La cantidad de gente que venía a la corte era enorme y creó otra corte, que era la del hambre.
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– En Libelo de sangre con la Iglesia hemos topado o, más bien, con la Santa Inquisición, tan mentada por la leyenda negra. Sin embargo, ¿era preferible ser juzgado por ella antes que por los tribunales civiles de la época? ¿Era, al menos, más garantista?
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Sin duda, lo que ocurre es que las garantías de la época nos parecen absolutamente pobres a nuestros ojos. No puedes juzgar la historia desde la actualidad porque, entonces, todo nos va a parecer horrible.
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Hay crónicas que apuntan a que los presos blasfemaban al pisar las cárceles civiles para que los trasladasen a las de la Inquisición y fueran por ella juzgados. Aun así, tenemos esa leyenda negra que siempre nos persigue. Yo he plasmado la realidad como fue, sin caer en el morbo. La tortura era un método bendecido por la ley española y europea de entonces y la Inquisición sólo la practicaba después de agotar todos los medios amables. De 1700 a 1834 hubo 125.000 encausados y sólo 2000 sufrieron tormento. Por el contrario, en el procedimiento civil, al preso le sometían a tormento de inmediato.
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Las cárceles inquisitoriales eran también más higiénicas, el preso estaba aislado y tenía un abogado de oficio, aunque éste fuera de una lista que proporcionaba la propia Inquisición. Pero, al menos, tenían un abogado defensor. La mayoría de las penas aplicadas por la Inquisición fueron portar sambenitos, azotes, paseos vergonzantes, ayunos, participar en procesiones… y esto no se cuenta.
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Cuando se habla de la Inquisición todo es hoguera y esto no es verdad.
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– Has cuidado mucho el lenguaje de la época. Uno puede leer cómo se hablaba entonces y, también, expresiones que han llegado hasta nuestros días, por ejemplo, “quitar y poner la mesa”. ¿Qué significaba esa frase?
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Los salones de las casas no tenían mesa de comedor. Ocupaba mucho espacio y no era necesaria, ya que sólo se utilizaba para comer. Solamente había una mesa perenne en el tinelo, espacio anexo a la cocina donde comía la servidumbre. Así, cada día, los criados instalaban la mesa de los señores con un tablero y dos caballetes y la aderezaban con manteles y demás utensilios. Ponían la mesa y, cuando terminaban de comer, la quitaban.
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Hoy sólo ponemos el mantel, platos, copas y cubiertos. La mesa ya está puesta, pero seguimos usando esta frase. En aquella época ponían y quitaban la mesa literalmente.
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– Incluyes una larga ristra de menciones a diferentes personas. ¿De bien nacidos es ser agradecidos y a menudo se nos olvida?
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Han sido seis años de proceso, ha habido mucha gente detrás empujando y todas esas personas han sido fundamentales, sobre todo mi marido.
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Le quitas mucho tiempo a la gente que te quiere cuando escribes una novela. Si esas personas no comprendieran que para ti es absolutamente primordial tu novela, lo único que te obsesiona, en lo que piensas continuamente dejando todo aparcado, se alejarían y te dejarían todavía más sola.
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Sin embargo, esa gente te entiende, apoya y quiere por encima de todo. Y es de justicia agradecérselo.
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– Estuviste en la gala de entrega de los Premios Planeta. ¿Cómo lo viviste? ¿Entiendes las suspicacias suscitadas tras resultar ganadora la novela de una mujer de la casa?
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Me lo pasé fenomenal, era como estar en los Oscar de la Literatura, en un desfile de escritores que admiras y que has leído, de los que tienes todos sus libros. Recuerdo hacerme una foto con Jorge Molist que me hizo mucha ilusión, ya que le he seguido desde hace muchos años.
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No entiendo bien las críticas, no sé por qué se juzga un libro sin haberlo leído. He leído dos libros de Sonsoles Ónega que me encantaron y estoy deseando leer este que acaba de salir. Y también el del finalista, un joven de tan sólo 23 años.
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– Eres también miembro de la Asociación Escritores con la Historia, ¿una buena manera de divulgar nuestro pasado?
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Absolutamente, pero no sólo para divulgar nuestro pasado sino para divulgar la historia verdadera y no como muchas veces se ha hecho, tergiversando y atacándola con la leyenda negra. Para mí es un honor pertenecer a este grupo en el que están los más grandes del género histórico. Es una asociación muy activa y con enorme éxito en todas las actividades que realiza. Me siento muy orgullosa de estar ahí y aportar mi granito de arena.
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– Sandra, ¿tienes alguna costumbre o manía a la hora de ponerte a escribir?
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Ya decía Cela que “no hay escritores de Domingo”. Esto es de lunes a domingo y aprovecho las horas que tengo libres para escribir.
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Mi gran hándicap es el silencio, ya que necesito que sea absoluto. Me he llegado a comprar unos cascos de obra para no escuchar absolutamente nada, ya que cada mínimo ruido me perturba a la hora de escribir. Probé antes con unos tapones y poniéndome sonidos de olas del mar o música de piano, pero no surtía efecto.
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Acabé optando por los cascos de obra, haciendo caso a una inicial broma de mi marido. Y tengo dos por si uno se estropea. Con ellos sí que no escucho nada y me aíslo del todo.
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– Por último, dinos un libro que hayas leído recientemente y te haya encantado.
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Me cautivó “Los últimos días de Berlín”, de Paloma Sánchez-Garnica. Descubrí a su autora con ese libro y ya me he leído también “Las tres heridas”, “La sonata del silencio”, de la que también me vi la serie y “La sospecha de Sofía”.
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Me encanta como escribe, es como ver una película a través de su pluma.
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