La novia gitana: Breve historia de un caso editorial
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El 29 de septiembre de 2017, a las 8 y 26 de la mañana, apenas llegada a la oficina, recibí un email de la agente Justyna Rzewska: “Te hago llegar una novela policiaca ambientada en Madrid que espero te guste”. A continuación seguía una descripción muy intrigante sobre la trama, y una aún más intrigante biografía de la autora: “Carmen Mola (Madrid, 1973) es profesora de universidad. Vive en Madrid con su marido y sus tres hijos. La novia gitana es su primera novela.”
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“Qué bueno sería que fuera buena”, me dije. Desde que empecé la colección de Alfaguara Negra hace cinco años, con Venganza, de Benjamin Black/John Banville, había leído cientos de novelas negras. Quizá no haya nada más difícil de escribir que una buena novela negra. Hay novelas más o menos logradas, más o menos bien escritas, pero una novela negra debe tener, además, una construcción de trama irreprochable, un perfecto encaje de las pistas y una resolución verosímil y sorprendente.
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Si no, queda fuera de juego: no es publicable, al menos no como novela negra. Yo, que nunca había sido lectora de novela policiaca, me había convertido en lectora voraz y admiradora del género, con el sueño de publicar novelas negras muy poderosas.
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“El propio Borges fue editor de novela negra”, me decía feliz. Había tenido la suerte de encontrar a Joël Dicker, a Pierre Lemaitre, a Sandrone Dazieri y a Luca d’Andrea. Pero no había encontrado aún a un escritor de novela negra española que pudiera causar un impacto similar en el lector. Abrí el archivo: la novela empezaba con la escalofriante escena de un niño encerrado con un perro moribundo.
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El primer capítulo, sin aparente conexión con la escena anterior, contaba una despedida de soltera que terminaba muy mal. Reconocí esa adrenalina: el cuerpo que te pide no soltar un libro. Es una sensación muy particular, vivo buscándola.
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Le reenvié el libro por mail a mi lectora, Ilaria Martinelli, y me acordé de algo que me contó Koukla MacLehose, la scout de Anagrama: cuando Herralde recibió el manuscrito de La verdad sobre el caso Harry Quebert se encerró y puso un cartel en su despacho: “No molestar”. No sé si será verdad, pero me encantaría que lo fuera. Yo no tengo puerta en mi despacho, así que me puse a leer robándole tiempo a las reuniones y a los mails. “Voy por la mitad. Es muy buena”, me decía Ilaria a las dos horas. Y luego, un sospechoso silencio de varias horas.
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“¿No te ha convencido?” “Sí… Pero no sé. No sé si podemos publicar algo tan brutal. Va a haber una segunda parte. Y ya se ve que va a ser peor.” Para entonces yo ya no hacía otra cosa que leer pegada a la pantalla. La terminé. Era brutal. Y debíamos publicarla.
Le escribí a Justyna diciéndole que el lunes tendría mi oferta y propuesta de publicación. Ya había oscurecido y caminé hasta mi casa con una sensación de angustia y de vértigo. Y también de euforia: era una gran novela negra. Y qué bueno que fuera una primera novela. “Qué ganas de conocer a Carmen Mola”, pensé. “¿Cómo una mujer con tres hijos puede escribir algo así?”. Mi hijo diría que es un pensamiento machista, me dije también, no voy a preguntárselo.
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Al llegar a casa tenía un mail de Justyna: “Hay un aspecto relacionado con la identidad de la autora que quizá debes saber con antelación para tener todo el panorama”, me avisaba. “Déjame tu móvil y te llamo el lunes temprano.”
Esa noche casi no dormí. No por el último mail de Justyna —aunque también me intrigaba— sino porque las escenas de La novia gitana se paseaban por mi memoria. Igual que la noche en que terminé Vestido de novia, de Lemaitre.
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El lunes me llamó Justyna: Carmen Mola era en realidad un pseudónimo. La autora —o el autor, puesto que Carmen Mola era un pseudónimo— no quería darse a conocer. En suma: no habría entrevistas ni presentación del libro ni podía contar con Carmen Mola para la promoción.
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Me reuní con Gerardo Marín, nuestro director de Comunicación. “Si la novela es tan buena”, me dijo, “hablarán de ella. Y entonces querrán saber quién es, quién puede escribir de ese modo”.
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¿Una Elena Ferrante de la novela negra? Recordé el documental Ferrante Fever, en el que una mujer siempre de espaldas y con gabardina se pasea por las calles —es la imagen gráfica que ha inspirado las fotos de este reportaje—, y en el que Roberto Saviano declara: “Lo maravilloso del caso Ferrante es que podemos concentrarnos solo en sus libros”. Y Jonathan Franzen: “No me importa en absoluto quién es Elena Ferrante… Bueno, casi no me importa quién es Elena Ferrante”.
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Contraté la novela, por supuesto. Y solo ahora, para este artículo, le pregunto a Justyna Rzewska si ella también la leyó sin saber que Carmen Mola era un pseudónimo.
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“Hace un año abrí mi propia agencia literaria, Hanska Literary & Film Agency”, me contesta por mail. “Muy pronto me llamó una autora con la que había trabajado desde la editorial [Justyna trabajó muchos años en el departamento de Ventas de derechos internacionales de Penguin Random House] y me habló de una conocida suya que le había preguntado qué podía hacer con un manuscrito. Le pedí que le dijera a su amiga que me lo enviara. Me llegó esa misma tarde, cuando estaba a punto de salir de la oficina.
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Cometí el “error” de abrirlo y empezar a leer, y no pude parar hasta llegar al final: un día que pensaba volver pronto a casa se convirtió en una noche en la que no apagué el ordenador hasta después de la una. Esa misma noche escribí a la autora, al mail, puesto que no me había dejado un teléfono de contacto. Hizo bien, porque la habría llamado, fuera la hora que fuera. Me sentía muy afortunada: el primer manuscrito que llegaba a la agencia era una joya… Me contestó la mañana siguiente, y fue cuando me enteré de que quería publicar con pseudónimo, y fue entonces cuando nos pusimos de acuerdo en cómo afrontar el reto.”
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El reto tenía una estrategia clara: que todos leyeran la novela. Empezando, desde luego, por nuestros propios compañeros de la editorial. Pronto empezaron a llegarme mensajes de la red comercial. Les estaba gustando mucho. Querían una cena secreta con Carmen Mola: prometían no contar a nadie su identidad.
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“Llegó octubre y nos marchamos con La novia gitana a la Feria del Libro de Frankfurt”, sigue contando Justyna. “No escondo que un par de semanas antes de la feria empecé a hablar de la novela con los editores extranjeros y con los scouts y por ello ya el primer día de la feria recibí la primera oferta de la editorial holandesa Xander Uitgevers. En los siguientes días y semanas empezaron a llegar ofertas de Francia, Alemania y Noruega, donde cerramos con las editoriales Actes Sud, Penguin Verlag y Gyldendal”. Mientras tanto, en Penguin Random House, nos reunimos con el equipo de Diseño. También para las cubiertas el género negro es un género difícil. Tenemos reglas: que sea inquietante pero no obvia. Que no haya sangre. Y sin embargo, en La novia gitana hay mucha sangre. “Si hay sangre hay moscas”, pensé en voz alta. “Una mosca”. Y el equipo de diseño de Marta Borrel ideó la cubierta que, creo, ya es tan icónica como las cubiertas de Destino para Larsson.
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Escribí a los editores extranjeros pidiéndoles frases. Ellos también comparaban a Mola con Lemaitre y D’Andrea. O con Dolores Redondo. Y todos elogiaban a la protagonista, “la maravillosa Elena Blanco”, que debe resolver el caso mientras esconde un secreto atroz. Con estas frases el equipo de Marketing creó el primer booktráiler, que lleva el hipnótico sonido del zumbido de una mosca. Y a la editora Lola Albornoz se le ocurrió el claim, “Extrema”, que juega con la equis de la cubierta y de las películas prohibidas, y recuerda la advertencia que estampamos en la fajilla de Alex: “No apta para lectores sensibles”.
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Estábamos expectantes. ¿Los lectores y la prensa reaccionarían con nuestro mismo entusiasmo? ¿O nos estaríamos equivocando?
Silvia Querini me envió el primer wasap con una foto de La novia gitana entre los más vendidos de la Fnac. A Juan Carlos Galindo, quizá el mejor crítico de novela negra, le había gustado, y escribía un artículo sobre el tema convirtiéndolo en fenómeno. Hasta Manuel Rodríguez Rivero la elogiaba. Rosa Montero me dijo en la fiesta de Contexto en la Feria del Libro: “Carmen Mola es un tío”. Y la agente Mónica Carmona: “En el mundillo de Barcelona ya se sabe quién es Carmen Mola”.
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Aún no ha pasado un mes desde su publicación y ya va por la tercera edición. El miércoles, al entrar a La Buena Vida, el gran librero Jesús Trueba me espetó: “Dime la verdad: tú eres Carmen Mola.”
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Justyna está negociando los derechos audiovisuales y el jueves cerró una gran subasta por los derechos en Italia. Se la quedó Mondadori, y una editora italiana me escribía lamentándose: “Tendría que haberla comprado enseguida, sin asustarme por el hecho de que no hubiera autora para la promoción”.
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Ahora sólo me queda lo principal: darle la palabra a Carmen Mola. Mi primera pregunta es seguramente la de todos los lectores:
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—¿Por qué ocultarse detrás de un seudónimo?
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—En realidad, hay tantos motivos que no entiendo por qué otros autores no lo hacen. Para empezar, creo que lo importante es la novela, no quién la haya escrito. ¿Qué más da que sea una mujer guapa y alta o un señor feo y bajito? Mi interés era que la gente leyera la historia de las dos novias gitanas y la inspectora de policía aficionada a las canciones de Mina Mazzini que investigaba sus muertes. Pero he dicho que había más motivos. Es mi primera novela y eso quiere decir que me dedico profesionalmente a otra cosa. No quería que mis compañeros y compañeras de trabajo, mis amigas, mis cuñadas o mi madre supieran que se me ocurría escribir sobre alguien que mata a una joven haciéndole perforaciones en el cráneo para meter larvas de gusano y sentarse a ver cómo le van comiendo el cerebro… No lo entenderían, para todas ellas soy tan convencional… Hay más. ¿Y si la novela hubiera sido un absoluto fracaso? Tendría que dar explicaciones y pasaría mucha vergüenza. Y, por el contrario, ¿si fuera un clamoroso éxito? A lo mejor me veía obligada a cambiar de vida, que es algo que no me apetece, estoy muy satisfecha con la mía… Se me ocurrirían más razones, estoy segura.
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—¿La decisión es previa o posterior a la escritura de la novela?
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—No lo tengo muy claro. Siempre soñé escribir una novela, y en mis sueños siempre la firmaba con pseudónimo. Pero mientras la escribía ni siquiera pensaba que fuera a ser capaz de terminarla, mucho menos de publicarla; así que hasta que hablé con Justyna Rzewska, la agente literaria que ha sido capaz de llevarla a Alfaguara Negra y de vender los derechos para tantos países, no volví a acordarme del tema del pseudónimo. Lo único que me apetecía que se supiera es que la novela está ambientada en Madrid porque soy madrileña y amo mi ciudad, por muy incómoda que sea a veces.
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—¿Nos puede adelantar algo de la siguiente novela? ¿Seguirá la apuesta por lo extremo?
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—Me hace gracia que me pregunten por la segunda novela cuando yo misma tenía dudas de ser capaz de acabar la primera. Pero sí, ya he empezado a escribirla y será todavía más extrema. Los que lean La novia gitana verán que la historia principal, la del asesinato de las hermanas Macaya, queda totalmente resuelta, pero hay algo relacionado con la vida de la inspectora Elena Blanco, que explota al final, en la última escena, y que no puedo decir por no hacer spoiler a los que no lo hayan leído todavía. La segunda novela, que todavía no tiene título, tendrá mucho que ver con eso: internet oculto, apuestas, violencia… Espero conseguir otra vez llegar al final de la novela.
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Continuará.
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Autora: Carmen Mola. Título: La novia gitana. Editorial: Alfguara. Venta: Amazon, Fnac y Casa del libro