“No me interesa reflejar en mi literatura a una persona buena, que se levanta a las ocho de la mañana, que tiene sus facturas en orden y marca la casilla de la Iglesia en la declaración de la renta. Me interesan las personas grises, los personajes que sufren, los de carne y hueso”.
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Carmen Clara Balmaseda (Badajoz, 1995) es una escritora a la que le gusta jugar a descifrar las aristas de las personas, huir de las “perspectivas deterministas” y tratar de entender los sentimientos más básicos y universales que nos mueven.
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Cuando empezó a escribir su segunda novela, Donde se queman los hombres (AdN, 2024), esta escritora y profesora de Lengua y Literatura tenía claro que quería que fuera una novela sobre la culpa, porque es algo “que nos asola a todos” y de lo que “no te puedes desprender”.
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“La culpa siempre se ha utilizado como elemento de manipulación, tanto de forma interpersonal como de forma política y social con la Iglesia; algo que te acaba quemando por dentro”, reflexiona la autora, cuyo libro ha sido finalista en el festival Valencia Negra de novela negra y ganadora del premio Tinta y Pluma de la Diputación de Badajoz a la mejor novela de contenido LGTBIQ+.
La culpa se ha usado como elemento de manipulación, tanto de forma interpersonal como social y política»
Le gustaba también la idea de explorar mediante la literatura esas historias que se escuchan en casa, en boca de padres y abuelos. En su obra conviven guerra civil, dictadura y transición, y lo hacen en su Badajoz natal, representada como una asfixiante capital de provincia que todavía funciona socialmente como un pueblo.
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Algunos de sus personajes también recorren los ambientes más sórdidos del Madrid dictatorial, en cuyos antros se refugiaban aquellos que poblaban los márgenes de lo permitido por la moral franquista.
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El eje central de la novela es Julián Expósito, un joven rebelde, homosexual e hijo de legionario, que es asesinado en Badajoz durante la dictadura sin que se halle un culpable. Diez años después, ya en la Transición, Miguel Expósito, su hermano, es encargado por su bufete de defender a Gonzalo Vegas, un amigo de la infancia al que todas las pruebas apuntan ahora como posible asesino.
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Junto a Melania, amiga íntima de Julián, tratarán de averiguar si verdaderamente es Gonzalo quien debe pagar por el crimen.
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El resultado es una obra a medio camino entre la novela negra y la novela de denuncia social. Balmaseda apuesta por lo que parece un thriller con saltos temporales donde se busca a un asesino, pero en el que no renuncia a explorar cuestiones como la masculinidad, la identidad o el Ejército; además, claro está, de uno de los temas centrales de la novela: la represión de la diversidad sexual en tiempos de Franco.
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Balmaseda arriesga, y trata problemas “de los que ya han corrido ríos de tinta”, desde una perspectiva diferente. De la guerra civil y la dictadura se habla desde el bando ganador, algo poco común en la literatura reciente.
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Eso ha llevado a que la novela “se haya entendido como de derechas por tener un protagonista legionario”, aunque también hay quien la ha visto “de izquierdas por hablar de la homosexualidad”.
Mi intención no es dar los pensamientos hechos»
En respuesta, Balmaseda cita a Unamuno, y asegura que su intención “no es dar los pensamientos hechos” y que lo que ha pretendido es “retratar el conflicto desde una perspectiva individual, no partidista”; así como transmitir la idea de que “las guerras las libran personas que poco tienen que ver con ellas, que están envueltas por las circunstancias, cuando en realidad las guerras son más de los de arriba que no de los que están en el campo de batalla”.
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Es fácil que durante la lectura no haya un personaje con el que el lector pueda encariñarse, que caiga especialmente bien, tal y como reflexiona la autora: “Igual peco un poco de eso, pero es que siento una predilección especial por el personaje antagonista.
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Cuando leo La isla del tesoro, me gusta John Silver; y cuando veo El silencio de los corderos, el que me despierta simpatía es Hannibal Lecter”, admite Balmaseda, que no deja de mencionar referentes literarios y culturales durante toda la entrevista.
Algunos personajes no caen bien porque, como nosotros, se ponen máscaras para ocultar aquello de lo que no están orgullosos»
Aun así, Balmaseda consigue que el lector acabe empatizando con los protagonistas de la historia, por mucho que todos ellos arrastren episodios de los que arrepentirse.
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De ahí la predilección por el antagonista, que Balmaseda construye como “víctimas de su tiempo que aspiran a redimirse”. “Algunos de ellos no caen especialmente bien porque son un poco como cualquiera de nosotros, se ponen máscaras porque prefieren ocultar las cosas de las que no están orgullosos a enfrentarse a los demás”, explica.
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El machismo también tiene un hueco en esta historia, pero Balmaseda elige la opción menos común, y presenta un abanico de personajes masculinos que se chocan con las paredes de la masculinidad hegemónica sin saber muy bien por qué, movidos por el mandato impuesto de que “tú no puedes llorar, no puedes mostrar sentimientos, tienes que dejar atrás tu vida para hacer lo que se espera de un hombre”.
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Antes de Donde se queman los hombres, Balmaseda publicó La Crisálida (Amarante, 2021). El primer borrador de aquella novela lo acabó de escribir con 19 años, cuando estaba “muy perdida”. Se centró entonces en estudiar Filología Hispánica, y no fue hasta después de la pandemia, ya con “más bagaje cultural”, cuando su obra pudo ver la luz.
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“Hasta que no cerré la etapa de esa novela, no me vinieron las ideas para escribir otra”, cuenta. Ahora, después de publicar su segunda obra, que supuso “un acto de fe total, porque no sabía si iba a llegar a algún lado”, el gusanillo de escribir no la abandona.
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