María Larrea novela su adopción ilegal en Bilbao como un «homenaje» a los padres que la criaron
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«Tengo suerte con todas mis familias», dice María Larrea. Con «todas» se refiere a su padre y a su madre -las personas que la criaron-, a la que ella ha formado, a la de la mujer que la alimentó el día de su nacimiento, a la de la que la parió, a quienes la leen y la entienden… Son muchas, más de las que cualquier persona consideraría familia; pero es lo que tiene ser una mujer que descubre, de adulta, que es adoptada. «Los adoptados siempre queremos ser aceptados, que otras familias nos acojan», explica.
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A ella le pasaba desde muy joven de manera inconsciente. Y aún más muchos años después, cuando una tarotista le dijo que su padre no era su padre y empendió una larga investigación que le llevó a descubrir el secreto familiar, a los 27 años. Escribir la novela autobiográfica ‘Los de Bilbao nacen donde quieren’ (Alianza editorial) la llevó a ponerse en paz con sus orígenes. Y descubrió algo muy importante, algo que en el fondo «sabía desde el principio». Volvió a su padre y a su madre adoptivos, «a ese origen. Julián y Victoria son mis padres y el libro es una declaración de amor a ellos», sostiene.
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Hay que ir muy atrás para entender su historia familiar, que el año pasado se publicó en Francia, en el país en el que siempre ha vivido, tras la negociación con cinco editoriales que querían hacerse con los derechos de publicación. María nació en Bilbao en 1979 y fue seguramente una de las últimas criaturas que se dieron en adopción de manera ilegal, de tapadillo, en un mercado negro que llevaba décadas funcionando en España. Una mujer de la burguesía de la villa necesitaba desprenderse de un bebé no deseado y un ginecólogo en una clínica del centro se encargó de todo.
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Su padre y su madre, un bilbaíno y una gallega que ya vivían en París y pasaban los veranos en la villa, la inscribieron como hija y se fueron a casa. Formaron su pequeña familia de tres, «que a mí me parecía extraña porque en todas las series y películas yo veía mucha gente alrededor de la mesa.
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Nosotros solo teníamos relación con algunos emigrantes españoles, era como un gueto», recuerda.
Hay que retroceder aún un poco más para entender cómo se formó «una familia de tres huérfanos de una nación». El nacimiento de su madre, Victoria, en una aldea gallega, para luego vivir muchos años en un hospicio y después ser abusada en su entorno familiar.
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El nacimiento de su padre, Julián, en Bilbao, hijo de una prostituta que lo entregó al orfanato de La Misericordia, donde lo visitaba una vez por semana. El encuentro entre ambos y «el amor». La imposibilidad de tener hijos. La propuesta de lograrlo en 1979. La aceptación. El viaje.
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Y así María creció en Francia, hija de emigrantes. «Con un racismo muy sutil, no había gestos violentos. Francia puede ser muy dura con un árabe o un negro.
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Nosotros somos blancos. Nunca me han parado para pedirme los documentos… pero yo tenía nombre de limpiadora de casas, se burlaban de mi acento», explica ahora, convertida en una escritora que espera a que le compren los derechos para hacer la película que siempre soñó sobre sus orígenes. Estudió cine y empezó «mil» guiones.
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Lejos queda la «vergüenza social y de origen» de la que ‘Los de Bilbao nacen donde quieren’ la ha liberado tanto como lo ha hecho de la «obsesión» por saber de dónde viene.
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Sus padres eran invisibles y ella les ha dado un papel protagonista. No conocía sus duros orígenes y los ha descubierto a medida que escribía el libro. «Es que la literatura es muy potente. Es lo único que de verdad puede liberarte. Yo escribía e iban ocurriendo cosas. Y me aclaraba las ideas. La literatura es la primera propuesta de libertad».
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– La María Larrea de la ficción va a una presentación de Jeanette Winterson y esta le escribe, en una dedicatoria, que «podemos cambiar la historia porque somos la historia». ¿Hasta qué punto eso ayudó a la María Larrea real?
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– Yo me preguntaba quién era el guionista de mi vida, en la que pasaban cosas como salir del registro en Bilbao para investigar sobre mi nacimiento y encontrar una tienda de cosas de espías.
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Y descubrí que la guionista era yo. Que para luchar contra ese secreto familiar podía usar las mismas armas: la mentira, la ficción. Cualquier testimonio está ficcionado, cada cual elige las palabras, las emociones, los objetos que destaca de un momento. Tú y yo no destacaremos lo mismo de esta entrevista. Somos la historia. Y entender eso es una liberación.
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