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María Larrea, escritora: «A los 27 años descubrí que mis padres me habían adoptado ilegalmente»

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La autora creció en Francia, pero descubrió ya de adulta que sus padres no eran biológicos y que en realidad la habían adoptado ilegalmente en Bilbao. Un viaje brutal del que nos hace testigos en su primera novela, que ya ha recibido varios premios y el aval de la crítica

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La del abandono es una herida que sangra de por vida. De ella habla Los de Bilbao nacen donde quieren (Alianza Literaturas). De desgarro, de dolor y, sobre todo, de perdón. Su autora, María Larrea, nació en el País Vasco en 1979, pero fue adoptada ilegalmente por sus padres adoptivos, que se marcharon con ella a Francia nada más nacer. Allí, a los 27 años, una tarotista le leyó las cartas que lo cambiarían todo: «Tu padre probablemente no es tu padre. Tu madre te oculta cosas sobre tu nacimiento, María. Habla con ella lo antes posible».

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—¿Volverás a que te lean las cartas o no te quedaron ganas?

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—Tengo una obsesión con el tarot, ¡me encanta! Y me encantan las cartas. Pero hay temporadas en las que pienso: «Hum… No sé si necesito tener un shock tan grande otra vez, voy a ir con cuidado», ¡ja, ja! A los 27 años descubrí así que había sido adoptada ilegalmente por mis padres. Lo que me pasó parece increíble, pero fue de verdad.

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—¿Qué hubiera sido de ti si no hubieras descubierto que habías sido adoptada ilegalmente?

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—Lo que yo siento es algo subconsciente. Yo ya llevaba el problema identitario, aunque sea por el hecho de ser española-francesa, pobre donde los ricos, rica donde los pobres… Había varias identidades que se iban mezclando en mí. Todo me sugería que había algo que no estaba en su sitio, y que creo que lo hubiera descubierto al fin y al cabo. ¿Qué hubiera sido de mí sin saberlo? No tengo respuesta. A lo mejor tendría que escribir otro libro sobre qué hubiera sido de mí, es una buena idea.

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—A tu madre le preguntas: «¿De quién soy hija?». Y te espeta: «Hija de nadie». Es una respuesta demoledora.

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—Sí, realmente es una bofetada. Pero es también algo necesario, como cuando alguien se está desmayando y le das para que se despierte. Es una bofetada que te salva la vida, y a la vez te queda dolor en la cara después. Mi madre con esa frase también creo que hace literatura, porque es una frase de libro. Alguien que hace guiones como yo y que trabaja en diálogos, no podría inventar uno tan perfecto, porque tiene la esencia de todo.

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—Debió de imaginarse mil veces qué decirte llegado el momento, pero no tuvo mucho tacto…

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—No sé cómo se habría hecho la escena ella, pero es verdad que la velocidad con la que me contesta, al segundo, la comparo con la maniobra de Heimlich, cuando te estás atragantando y te dan un golpe en la tripa para que escupas. Yo creo que en ese momento le estoy haciendo la maniobra y ella escupe, es una manera de escupir lo que la está atragantando durante años, que es un secreto.

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—Tus padres tuvieron una vida durísima [a su padre adoptivo lo abandonó en un convento su madre prostituta, y a su madre adoptiva la abandonan en otro convento en Galicia]. Sois tres personas unidas por la misma herida.

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—Es como en La balsa de la medusa, esa pintura del Louvre [que representa la capacidad del ser humano para sobreponerse a la adversidad]. Somos algo así, como uvas que no venían de la misma tierra, pero que se han juntado para hacer un vino. Yo cuando miraba hacia mis padres les veía como héroes, porque entendí cuál había sido su trayecto. Ellos se veían como gente sin importancia, como nadie. Y, al contrario, cuando yo les miraba estaba fascinada y sentía empatía hacia sus trayectorias.

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—¿Les admiras a pesar de todo?

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—Mi libro yo lo imaginaba como un joyero para sus vidas porque, aunque sean durísimas, son como joyas de humanidad. Eran supervivientes, gente buena. Y aunque cometieran muchos errores con mucha violencia, han sobrevivido a una época terrible, muy negra, muy oscura, hasta formar una familia. Porque todo les decía que no, que no podían tener hijos. Y al final lo consiguieron.

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—De una forma muy negra. Las adopciones ilegales como la tuya fueron coletazos que quedaron del horror de los bebés robados durante el franquismo.

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—Sí, es un eco de eso. Sin ese episodio no hubiera habido adopciones ilegales ni trapicheos de bebés.

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—¿Tu madre biológica te entregó y tus padres adoptivos pagaron un dinero?

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—Sí, y en mi acta de nacimiento figuraba como la hija biológica de mis padres adoptivos. Todo estaba falsificado, y todo eso era por dinero. La guerra civil normalizó que el bebé era algo con lo que se comerciaba, y la dictadura lo asentó. Después siguió ocurriendo, como en mi caso, en la Transición.

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—Tuviste que hacer un doble ejercicio de perdón, a tus padres adoptivos y a tu madre biológica.

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—Alguien adoptado es alguien que ha sido abandonado. Y necesita saber su historia, porque tienes un montón de posibilidades. Puedes ser hija de un abuso, de un incesto… Hay miles de opciones, desde las más oscuras a las más esperanzadoras, como que te han robado, que tu madre no quería abandonarte… Hay tantas posibilidades que buscas sin parar, porque necesitas precisión. Y hay también esa esperanza en los niños adoptados de pensar: ‘No quería abandonarme’. Pero en mi caso, la verdad es que sí.

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—¿Cómo lo encajas cuando lo descubres ya de adulta?

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—Yo creo que mi vida estuvo bien y que lo supe en un momento en el cual yo podía entender las cosas y, si no aceptarlas, porque siempre llevaré la herida del abandono, sí encajarlas mejor, porque ya estaba más centrada.

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—Encuentras a tu madre biológica pero te detienes ahí, no narras el encuentro ni desvelas nada más.

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—Yo estaba escribiendo la historia y no sabía que iba a acabar el libro sabiendo quién era mi madre biológica. Cuanto más iba escribiendo, más me acercaba a la verdad. Pensaba acabarlo sin encontrarla, porque ya tenía casi todo hecho y fue una investigación de 14 años, pero es ahí donde surge la prueba de ADN y tengo el resultado. Ha sido increíble que la vida me dé la resolución personal y literaria. La novela no necesitaba más, porque lo que quería era hacer una declaración de amor a mis padres adoptivos. Mi madre es mi madre, y esa es la conclusión para mí. La mejor cosa que me ha regalado mi madre biológica es haberla conocido.

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—Hay escenas muy bonitas dentro de la pobreza, como cuando te iba a recoger al cole. Al resto les iba a buscar la «nanny», a la que hablaban en inglés, mientras tú te abalanzabas a tu madre y le contabas todo.

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—Sí, las temáticas del libro son bastante duras y violentas, pero yo quería que hubiera esa infusión de amor desde el principio.

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—Querías que esto fuese una película, pero primero acabó en novela.

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—Eso fue lo que me dijo una amiga cuando vimos que la película no se iba a poder hacer. Y fíjate que esa amiga que vio literatura en mi historia, me salvó la vida.

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—¿Acabará siendo una película para cerrar el círculo?

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—Sí, ya me han propuesto comprar los derechos de adaptación y estamos ahora organizando todo. Claro, todo el mundo me habla de la película, ¡ja, ja! He ido a muchas firmas de libros en Francia este año, por lo que he conocido a muchas lectoras, que son mayoría. Y me dicen: ‘La escena del pulpo es muy visual, lo vemos ‘. [El libro arranca con una mujer pescando un pulpo en Galicia mientras se pone de parto]. Todo tiene mucho cine.

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—En tu juventud recurriste a las drogas para aliviar un dolor interno que tenías y que no sabías qué era.

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—Sí, era algo inexplicable. Todas las adolescencias tienen su punto de dificultad, y la mía podía ser una un poco más rebelde que las otras, pero la cuestión de la identidad y de cuál es tu sitio en el mundo, esa pregunta existencialista que todo adolescente se puede preguntar, la tenía muy a flor de piel, a pesar de que todavía no me imaginaba la verdad.

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—¿Afectó todo esto a tu maternidad?

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—Yo he sido madre con 26 años, y es muy extraño, porque mi madre biológica también me tuvo a la misma edad. Algunas veces hay sincronicidades. La maternidad para mí ha sido un gran desafío, porque yo no tenía hermanos ni hermanas, aunque luego descubrí que sí. Crecí sola, sin bebés, así que fui aprendiendo sin saber cómo hacer las cosas. Cuando me volví madre, sentí algo muy animal en mí.

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—Con tu segundo embarazo pasaste más miedo que en el primero al descubrir lo de tu adopción.

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—Sí, después de haber leído e investigado, estaba más al tanto en la clínica. Pensaba: «Uy, quiero ver siempre al bebé, que no se me escape». Y también hay cosas que quieres saber. Por ejemplo, mis dos hijos son daltónicos. Está ahí la genética, que te hace querer saber a quién se parecen y de dónde vienen. Con los hijos quieres tener un poco más de precisión, porque sigues un árbol genealógico.

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—Y el tuyo mezcla dos zonas con personalidad, el País Vasco y Galicia.

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—Crecer con mis padres ha sido un festival gallego y vasco, ¡ja, ja! Imagínate.

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—Tu madre adoptiva es gallega. ¿Tú tienes vinculación con Galicia?

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—Sí, es de un pueblo de la provincia de A Coruña que dejo en el aire. Estuve dos veces en Galicia, y lo que viví lo pongo en el primer capítulo del pulpo y del nacimiento de Victoria, mi madre adoptiva. No conozco tanto Galicia, pero quería transmitir lo que sentí, algo muy mineral, muy oceánico, como cuando tienes el pelo al viento. Y quería que el capítulo hiciera ese efecto de cuando te vuela el pelo porque estás cerca del mar con la sal en la cara. Para mí, Galicia es algo que despierta, una región muy viva, con mucho movimiento y energía. No es una región tranquila con el calor, con las naranjas, los olivos… La identifico con algo que se mueve mucho, como el mar.

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