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LOS SIETE PECADOS CAPITALES DE…

Juan Gómez-Jurado: «Libertad no es hacer lo que uno quiera, es hacer lo que uno deba»

El escritor cierra con ‘Todo muere’ el universo ‘Reina Roja’, al que ha dedicado diez años de su vida y del que ha vendido millones de libros

Juan Gómez-Jurado y el «tras bambalinas» de un libro superventas

Juan Gómez-Jurado J. M. Serrano
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Juan Gómez-Jurado publica ‘Todo muere’ y, para lamento de muchos, cierra con él el universo ‘Reina Roja’ que abría con ‘El paciente’. Un universo al que ha dedicado más de diez años de su vida y que le ha llevado a vender millones de libros en decenas de idiomas.

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Hoy, hablamos con él de pecados, los propios y los ajenos.

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—Le perdono un pecado.

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—Hablemos de los siete. Pero, si hay que perdonar uno, que sea la gula. Yo lo quitaría de la lista. No debería ser pecado.

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—¿Y cuál es el que no puede perdonar?

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—El que más me duele, en mí y en los demás, es la ira. Conforme cumples años, te das cuenta de que la sabiduría consiste en enfadarse lo menos posible, porque vas comprendiendo más a los demás y los posibles errores que puedan cometer.

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Cuando la ira se racionaliza, se convierte en el primero de los pecados y, quizá, el peor: la soberbia. Una persona que reacciona mal ante algo lo hace desde la ira, pero una persona que planifica la respuesta, lo hace desde otro lugar. La ira, como la sorpresa, es una emoción que dura muy poco, algo explosivo. Pero la soberbia es más grave.

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—¿Y es difícil mantenerla a raya teniendo tanto éxito?

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—No, porque la humildad no está en no ser capaz de darse cuenta de las cosas que uno hace bien, sino en la ausencia de arrogancia, en no creer que el universo o los demás te deben algo.

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La humildad, entendida como humildad cristiana, es un oxímoron: para que exista es necesario no verla. En el momento en que tienes la inteligencia para hacerlo y te das cuenta de que eres humilde, dejas de serlo.

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—Haber vendido millones de libros, entonces, no le hace soberbio. Pero seguir haciéndolo… ¿no será ya avaricia?

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—No, porque cuando uno es una cosa no puede no serla. Si yo me viese obligado a tener un trabajo honrado, en lugar de estar inventando historietas, porque no me diese para vivir, seguiría siendo escritor. Lo único es que sería uno mucho más lento.

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Porque trabajaría en una empresa de publicidad o en una redacción y, en lugar de dedicarle todo el día a escribir, le dedicaría una hora. Mi inmensa suerte es que el público me permite hacer esto, ser quien soy yo: un caniche con sombrerito al que le gusta mucho bailar.

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Y como me aplauden y me dan trocitos de pollo, pues este caniche puede seguir bailando en lugar de verse obligado a quitarse el tutú y ponerse un traje para ejercer de contable.

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—No hay motivos, pues, para pecar de envidia.

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—No soy nada envidioso. Tiendo a celebrar la vida y el éxito de los demás, y también lo hago con el mío propio.

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—Nos hemos dejado la lujuria.

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—La lujuria no es un pecado. Siguiente.

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—¿Y la pereza?

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—Cuando era niño, mi madre siempre me decía que era muy vago, y murió convencida de ello. Llevo toda mi vida pensando que soy un perezoso. Por eso cuando alguien me pregunta que por qué trabajo tanto siempre contesto que porque soy un vago. Reconozco en mí la incapacidad para disfrutar en muchas ocasiones.

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—Me ha salido poco pecador.

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—El último que he confesado, aunque no esté en la lista, es el peor de todos: el de no ser capaz de disfrutar de la vida.

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—¿Por qué le parece el peor?

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—Porque tiene que ver con la libertad. Normalmente, la gente cree que la libertad tiene que ver con poder hacer lo que uno quiera, pero en realidad la libertad es ser capaz de hacer lo que uno deba.

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