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Javier Rey (Noia, A Coruña, 1980) empezó a dar clases de piano más de un año y medio antes de iniciar el rodaje de La última noche en Tremor, la serie que estrena en Netflix el 25 de octubre.
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Su obsesión era resultar creíble en la piel, más bien en las manos, del complejísimo músico al que interpreta en este thriller de Oriol Paulo, el maestro contemporáneo de los rompecabezas audiovisuales.
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Un año y medio después de ese rodaje, Javier Rey no quiere volver a acercarse a un piano en su vida.
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El porqué lo puedes descubrir leyendo este texto, pero habrá otras incógnitas que queden en el aire. Porque entrevistar a Javier Rey supone pasar las manos, las preguntas, por teclas blancas de sonido afinadísimo, pero también por teclas negras que no emiten sonido. Pero se escuchan de un modo atronador.
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El resultado es una sinfonía placentera y enigmática, que es seguramente la banda sonora más interesante para la vida de un actor que aspira a una carrera plena. Y a protagonizar la última portada digital Esquire MAX, claro.
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Tengo la sensación de que tu personaje en esta serie, un pianista de éxito mundial con traumas pasados y presentes, retirado en una suerte de casa-limbo sobre un acantilado, te ha exigido un nivel extremo de disciplina y concentración.
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Si mi carrera llega hasta los 90 años, que es lo que deseo, probablemente de aquí a entonces no habrá para mí un rodaje más intenso. Sostener todo el tiempo un personaje con fisuras tan extremadamente complejas se me ha hecho durísimo. Había jornadas en que desaparecía. Y me ha costado retomar la normalidad después. Hasta me han salido más canas que nunca en la barba. Pero a la vez es el tipo de proyecto que sueñas con hacer, o que incluso ni entra en tu imaginación que se pueda hacer en España. Así que me siento tan privilegiado como orgulloso.
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Por entender mejor ese proceso, ¿a qué te refieres con desaparecer?
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Yo soy bastante frío en cuanto al típico ‘llevarte el personaje a casa’: como mucho me llevo ciertos grados de melancolía que mezclas con tu vida personal, que te provocan la necesidad de llamar a alguien… Pero eso va en el sueldo y tengo la capacidad de ubicarlos en mi cabeza para llevar una vida saludable. Dicho esto, en esta ocasión, para llegar a los estados que Oriol [Paulo] quería, que eran bombas de relojería de comprensión, en algún lugar rozaba el tormento. Y es muy dificultoso entrar y salir de ese estado, así que había jornadas en las que decidía instalarme ahí. Comía en el camerino, interactuaba poco con el equipo… Por eso ha sido tan agotador tanto física como psicológicamente.
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¿Crees que para afrontar retos así hay que atravesar antes ciertas vivencias personales? ¿Que no lo podrías haber hecho siendo más joven?
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Por un lado, después de haber sobrevivido a este rodaje siento que me he hecho inmortal. Sé que es una sensación errónea, pero creo que puedo con todo. En cuanto a las vivencias, no es necesariamente así. Yo he aprendido a no darle mis cosas a un personaje. Ni mis alegrías, ni mis tormentos, ni mis enamoramientos. No quiero, me niego. Ahora lo veo casi infantil. La madurez está en vivenciar tanto el presente como el pasado del personaje. En este punto tengo que nombrar a Mónica Portillo, nuestra coach. El tándem que forma con Oriol es… ¡Son los Beatles! Juntos hemos construido todas esas fisuras del personaje desde que nació hasta la acción de la serie. Un trabajo de locos.
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Con eso de no tirar de tus propias vivencias, Stanislavski estará ahora mismo revolviéndose en su tumba…
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¡No! Cualquier método vale para que lo que ocurra en escena sea de verdad. Es una palabra muy manoseada en nuestro oficio, pero, cuando la verdad entra en el set, es apabullante e incontrolable. Y ahí Stanislavski da palmas [risas]. Tirar solo de lo personal me parece pobre. Si quieres tener una carrera larga, sana, de nivel, tienes que ir por ese otro camino de construir la biografía del personaje. Yo empiezo ese trabajo mucho antes de los ensayos. Por ejemplo, un año y medio antes de La última noche en Tremor estaba rodando en Sevilla y, al acabar cada jornada, me iba con mi profesora a dar clases de piano.
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¿No lo habías tocado nunca?
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No, partía de cero. Y no quiero volver a tocarlo nunca más, porque me ha dado mucha inseguridad. Imagínate, te pasas meses ensayando, luego en escena tienes que clavarlo tocando las teclas sin escuchar nada porque por temas técnicos no puede sonar… Y sin saber solfeo, claro. Todo eso además dando vida a un músico al que todo el mundo considera un genio, pero él, por millones de malabares mentales diferentes, piensa que la genialidad está en otro lado. Muy complicado.
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Sin entrar en spoilers, en la trama conecta también con los sueños premonitorios… ¿Ese terreno te toca?
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No, yo soy de verlo y de tocarlo. Si no, no existe.
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¡Muy poco gallego por tu parte!
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A ver, que vengo de una familia en la que todo el mundo ha visto al demonio y ha sentido cosas [risas]. Así que lo respeto un montón. Hay quien cree que está predestinado para algo, pero yo quiero que mi destino esté bajo mi control. Obviamente no todo depende de uno ni soy un maniaco controlador, pero me hago responsable de lo que atañe a mi salud, a mi carrera, a mi futuro. Si sé que comiendo de determinada manera voy a desarrollar una diabetes a los 45 años, pues hago todo lo contrario porque, como te decía, quiero llegar a los 95 currando y divirtiéndome. Me parece una vida más interesante. Si hubiera dejado todo en manos del azar… a saber dónde estaría ahora.
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¿Puede ser que tu carrera sea especialmente saludable gracias a que no triunfaste demasiado joven?
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Sí. Estuve como actor de reparto tanto en éxitos como en fracasos y vi, desde unos buenos metros de distancia, los mayores aciertos y las mayores cagadas de mis protagonistas. Desde ese perfil bajo aprendí cómo se hacen las cosas bien y, sobre todo, lo que jamás hay que hacer. Eso ha hecho que haya tenido una carrera bastante perfecta en cuanto a aprendizaje, y también que, cuando te toca liderar el proyecto, lo valores más. Entre mi propia obsesión y todas esas horas de vuelo, he encontrado un equilibrio gigantesco. No, no sería el mismo actor si no me hubieran obligado a currármelo tanto para lograr hacer cosas interesantes.
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Voy medio en broma, medio en serio: ¿no te parece que estás demasiado sabio para la edad que tienes?
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¡Para nada! [risas]. No es que crea que me lo sé todo. Primero, porque no quiero y, segundo, porque en cada proyecto empiezo de cero. Si uso las mismas herramientas me voy a repetir con un disfraz distinto. Pero sí es verdad que siento que controlo mi trabajo. Cada vez sé más del oficio y menos de todo lo que está alrededor.
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¿Te refieres a la industria?
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No, a la vida. Antes sentenciaba más, creía saber más. Lo que me está dando la experiencia es que cada vez sé menos. Por un lado está mi trabajo, que lo controlo; por otro está la vida, que es el salvaje Oeste.
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Una pregunta a medio camino entre el trabajo y la vida: ¿qué te parece la tendencia, que se da sobre todo en la música pero también en algunos actores, de mezclar por completo la vida personal con su propuesta creativa? Porque tú, si lo desearas, podrías jugar a ese juego.
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Si uno tiene la necesidad de contar en una canción que se ha divorciado, a mí me puede parecer más o menos pornográfico en función de lo explícito que sea… Pero quién soy yo para juzgarlo, cada uno que haga con su vida lo que quiera. En mi caso, jamás, pero jamás, hablo de mi vida personal, y menos la utilizaría para nada. No creo ni que exista una entrevista con una frase excesivamente personal por mi parte. Durante años me he tensado muchísimo en ciertos entornos porque parecía hasta algo casi obligatorio. Y aunque fuera incómodo, me negaba.
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¿Y cuál ha sido el fruto de esa negación constante?
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Ahora sé que no forma parte de mi trabajo y que lo que más me interesa es que la gente no tenga ni idea de quién soy. A ver, que si me divorcio la gente lo va a saber, pero a lo mejor se entera tres años después. Porque yo jamás lo voy a contar. Mira, me doy cuenta de que mucha gente se piensa que seduzco hasta las piedras básicamente porque ha visto Velvet, incluso que lo estoy seduciendo a él o a ella simplemente por decirle “buenos días” [risas]. Otros se piensan que soy un tío torturado por otra película que han visto, incluso hay quien cree que soy un poco ‘lento’ por un personaje así que hice en una serie con Ernesto Alterio. Y eso me gusta. Me da tranquilidad. Porque nadie me ve a mí. Nadie sabe quién soy. Nadie conoce mis aficiones.
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Te entiendo y la vez pienso: ¿qué es entrevistar sino tratar de desnudar, de que los demás ‘vean’ a la persona que estás entrevistando?
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No me importa dar algunos datos personales, pero la base, lo esencial, lo pequeño de lo que ocurre en mi casa, eso para mí es intocable. Me parecería pornografía. Ni siquiera es algo tan premeditado; es más una cuestión de vergüenza, quizá de inseguridad, de protegerme a mí mismo. Porque siento que, si entro en ese lugar, ya no existiría Javi Rey. Que es un tipo tomando un vino en Noia con sus amigos, una historia nada cool. No está torturado, no es un seductor… aunque algo de eso haya en él, como en cualquier ser humano. Molaría que me juzgaran por mi filmografía y, como siento que empieza a ocurrir, creo que es la manera correcta y en la que me siento más cómodo.
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Otra pregunta a caballo entre el trabajo y la vida: ¿qué es para ti el éxito a día de hoy?
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Que alguien que ha trabajado contigo quiera volver a hacerlo. Me gusta pensar así. Vivimos una época en la que todo se mide por números, que están para ubicarte, sí, pero no miden la calidad y otros valores.
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¿Hacia dónde se dirige tu ambición creativa? ¿A dirigir? ¿Escribir?
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Empiezo a tener una necesidad fuerte de ser yo el que cuente una historia, pero me gusta tanto mi curro que al final me organizo año a año porque siempre aparece el personaje que me interesa y lo voy postergando. ¿Mi gran sueño? Yo veo la carrera de Pepe Sacristán y me parece perfecta. Es un tío querido, el más sabio de la tribu, sigue trabajando y cada año es mejor actor. Y mira que es difícil. Con todas las distancias, porque tiene una trayectoria imposible, es el espejo en el que me encantaría mirarme con 80 años y sentir que he rozado algo como eso.
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Mi éxito lo podré definir a largo plazo. Será sentir que he estado en el lado honesto del oficio, como Pepe. No en el lado frívolo.
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Asistente de fotografía: Sara Guillén · Asistente de estilismo: Silvia Gómez · Edición de vídeo: Diego Arjona · Maquillaje y peluquería: Leticia Lara para The Artist Talents · Producción: Marta Sánchez
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*Este reportaje aparece publicado en el número de noviembre de 2024 de la revista Esquire
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