El terrible asesinato cometido unas horas antes en Larraskitu tiñó de luto la inauguración de la 55 edición de la Feria del Libro de Bilbao. El alcalde de Bilbao, Juan Mari Aburto, dedicó el inicio de su discurso a lamentar y condenar el crimen. Y terminó convocando a la concurrencia a la concentración de repulsa.

La realidad, brutal y ciega a menudo, todo lo impregna y hace saltar las agendas. Es como si Tiempo de Silencio, la fabulosa novela de Luis Martín Santos, se colara en la Feria del Libro. Pero hecha carne y sangre. Con el papel transformado en piel herida en lugar de entintada.

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Condujo la inauguración de la feria, que ocupa las casetas de El Arenal más cercanas a San Nicolás, Asier Muniategi, de la Cámara del Libro de Euskadi. Importante no confundirlas con las otras casetas, las próximas al curso de la Ría, que corresponden a Zientzia Astea. En unas te firman un libro, en las otras te hacen un experimento.

Muniategi presentó al primer edil de la villa. Y al novelista y presidente de Kutxabank, Antón Arriola. La coyuntura aconseja este orden de atribuciones por una vez. Habló Arriola largamente en euskera en su introducción y concluyó augurando un largo compromiso de la entidad bancaria que representa con la feria del libro de Bilbao.

Recibieron sendos premios Atea durante el evento la escritora gasteiztarra Katixa Agirre y el barcelonés Eduardo Mendoza.

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Feria del Libro de Bilbao Oskar González

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Entre los asistentes se contaban ediles como Gonzalo Olabarria, Yolanda Díez, Paula Garagalza, Ángel Rodrigo, Xabier Jiménez y Xabier Fernández.

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Por supuesto, se encontraba en el acto el director de Cultura del Ayuntamiento, Iñaki López de Aguileta, y la responsable de la programación de Bidebarieta Kulturgunea, Begoña Morán. También la directora de la Obra Social de la Fundación Bancaria BBK, Nora Sarasola, y el director de Sostenibilidad de la entidad, Fernando López de Eguilaz.

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José Agustín Iturri, de la editorial Erein, se mostraba orgulloso en una conversación de que Antón Arriola publicaba sus obras con ellos. “Nada de Madrid ni por ahí”, recalcó. Y, a continuación, saludó con un efusivo abrazo a Maite García, de editorial Planeta, a quien acompañaba Verónica Lodeiro.

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Se acercaron la guionista, escritora y presidenta de la asociación del gremio, María Eugenia Salaverri, y el cineasta Javier Rebollo; así como Alberto Albaiza, pareja de la escritora Toti Martínez de Lecea. También el novelista, economista y filólogo, Javier Sagastiberri. Y Jesús Mari Urberuaga y Xabier Olalde.

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A los sones de la Banda Municipal de Txistularis, que forman Gorka Zabaleta, Idoia Kareaga, Sabin Bikandi, Asier García y Peio Irigoien, bailó el aurresku Igor Zabala. Como moscas a la miel, móvil en alto y gesto de asombro, llegó el grupo de turistas con visita guiada en El Arenal. Podría ser el inicio de la siguiente novela de Eduardo Mendoza.

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El responsable de cultura, Gonzalo Olabarría con la edil Yolanda Díez y los también concejales de Bilbao Xabier Jiménez y Xabier Fernández.

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Verónica Lodeiro, Iñaki López de Aguileta, Maite García, José Agustín Iturri y Javier Sagastiberri

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Eduardo Mendoza: «La realidad se empeña en copiarme mi mundo disparatado»

A sus 82 años, al escritor, homenajeado en la Feria del Libro de Bilbao, no le asusta que haya jóvenes que ensalcen el franquismo: «Ya se les pasará, nosotros alabábamos a Mao y Stalin»

 

Sábado, 31 de mayo 2025

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Eduardo Mendoza (Barcelona, 1943) jura que solo los periodistas le tachan de ‘gentleman’, pero lo desdice preguntando si puede cambiarse y ponerse un traje para recibir al alcalde de Bilbao en la inauguración de la Feria del Libro, que le ha otorgado el Premio Kutxabank Atea Saria. Hace 50 años que el escritor entregó su primera novela, ‘La verdad sobre el caso Savolta’, alternando desde entonces los frescos históricos ‘serios’ con divertimentos como su último libro, ‘Tres enigmas para la Organización’, protagonizado por unos agentes secretos extravagantes y mal avenidos. Sus 82 años los recuerda en la dedicatoria que le pide el periodista: «Esta antigualla, que todavía funciona».

–Anoche rebusqué libros suyos en mi biblioteca para preparar la entrevista y me salieron seis. Es usted un autor de bestsellers.

 

–No creas. Soy de los primeros de segunda división, tengo un techo de lectores fieles, que me compran todos los libros. Hay grandes vendedores de millones de ejemplares, yo me quedo en los ciento y pico mil, que es una cantidad muy respetable. Pero de ahí no paso.

–¿Sabe cómo son esos lectores?

–Muy variados y transversales. Hay hombres y mujeres, jóvenes y viejos. Gente muy educada y gente sencilla, que de alguna manera ha conectado con mis libros, lo que me satisface mucho.

–¿Siente que le quieren más los lectores de las novelas ligeras y cómicas que de las serias e históricas?

–Con los libros cómicos pasa una cosa. Suelen coincidir con momentos muy característicos de la vida de las personas. Unos porque se los han recomendado en la escuela y se iniciaron en la lectura con ellos; muchos lectores de cierta edad me lo confirman. Otros los leyeron en un momento muy bueno o muy malo de su vida: en un verano inolvidable o como alivio en la enfermedad. Los otros libros, los ‘serios’, son de lectura general.

–¿Hay lectores que le dan las gracias?

–Sí, agradecen que les haya hecho pasar un buen rato. No tienen por qué hacerlo, yo soy el agradecido.

–¿Se reconoce en esa imagen suya del escritor español más inglés por su escepticismo, humor y sentido de la observación?

–He picado de todas partes. Es verdad que mi formación literaria es inglesa. Estudié en Inglaterra y mis lecturas más estimulantes fueron inglesas. Pero también tengo una influencia muy grande de la literatura clásica española porque en mi familia estaba muy presente el Quijote, la picaresca, las comedias y enredos de Lope de Vega… Y también la novela francesa. ¿Que me gusta el humor inglés y americano? Cierto.

–¿Y cuando le tachan de ‘gentleman’ como actitud ante la vida?

–No me lo dicen mucho los que me conocen, solo los periodistas, a los que no hay que hacerles caso porque solo buscan titulares.

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El escritor sostiene una edición en bolsillo de una de sus novelas más populares, ‘El misterio de la cripta embrujada’. Ignacio Pérez

–En su obra se mezcla la cultura popular y la alta cultura, tan válida es una como la otra.

–Yo distinguiría entre popular y comercial. Cuando yo empecé a escribir, la literatura popular estaba un poquito marginada por culpa de otra experimental. Toda mi generación recuperamos formas de literatura popular que nos gustaban: la novela negra, la juvenil de aventuras, la de costumbres… Reincorporamos esa literatura que parecía de baja categoría, aunque nunca llegó a desaparecer.

–Esos agentes secretos de ‘Tres enigmas para la Organización’, ¿le deben más a la TIA de Mortadelo y Filemón o al comisario Villarejo?

–La verdad es que no pensaba ni en unos ni en otro. Están los dos, porque uno trabaja con lo que ha comido. Me han sacado a colación a Mortadelo y Filemón, con los que tengo una relación muy afectuosa, como la que tenía con Ibáñez. Pero una cosa es el cómic y otra la escritura, otro tipo de planteamiento en el que no cabe la caricatura, aunque la escritura es igual para el filósofo que para el que escribe chistes. Ibáñez bebe de las mismas fuentes que yo, somos de la misma quinta. Carpanta, el loco Carioco, Doña Urraca, Zipi y Zape… Son los personajes de nuestra infancia.

–Fontaneras del PSOE, novios de presidentas comisionistas, secretarios de Estado de Seguridad que blanquean dinero… La realidad se lo pone muy difícil a la hora de escribir disparates.

–Es verdad. Cuando escribes disparates acabas parodiando la realidad, pero esa no era mi intención. Yo quería crear un mundo totalmente disparatado, pero se empeñan en copiarme. Tampoco sé si lo que está pasando es algo insólito o ha ocurrido siempre y ahora aflora con más facilidad. Antes no teníamos esta idea diaria de la utilización del posible escándalo. Quizá porque estamos tan bien que no tenemos otros problemas más serios.

Geishas y samuráis

–Se cumple medio siglo de la publicación de su primera novela, ‘La verdad sobre el caso Savolta’ ¿Se ha convertido en el escritor que quería ser?

–Eso nunca llega, siempre piensas que tenías que haber sido mejor. Sería absurdo que me quejara. No solo he podido vivir de la literatura, sino que he estado cincuenta años bastante presente. Uno siempre tiene unas ideas de sí mismo extraordinarias, pero estoy muy satisfecho.

Cosmopolita

«Siempre he querido ser extranjero y vivir en sitios raros. Cuando ya conocía el lugar me iba a otro»

–Siempre me ha llamado la atención su etapa de juventud como intérprete en la ONU en Nueva York, algo bastante exótico en la época.

–Fue, por supuesto, por un deseo de escapar de España. Siempre me ha gustado vivir fuera, ahora ya no tanto porque me he vuelto más sedentario. Siempre he querido ser extranjero y vivir en sitios raros. Y cuando ya conocía el lugar me quería ir a otro. De Londres pasé a Nueva York e intenté irme a Japón, que en aquella época era un sitio misterioso con geishas y samuráis. No lo conseguí. Viví en Nueva York en una época en la que la gente pensaba que te iban a matar en el metro. Era el sitio en el que había que estar. Mi trabajo era muy bonito, siempre me han gustado los idiomas. Ser traductor para un escritor es un ejercicio buenísimo.

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Katixa Agirre y Eduardo Mendoza, homenajeados en la Feria del Libro de Bilbao. Ignacio Pérez

–¿Y hubiera vuelto a España de no tener éxito con la literatura?

–Habría seguido como intérprete en la ONU. Pero me vine sin poder vivir de los libros porque formé una familia. Nueva York era una ciudad estupenda para ser joven, soltero y con un buen sueldo. Con hijos pequeños era muy dura, sabía que aquí iban a crecer en un ambiente mucho más favorable con su familia. Volví con pena porque me lo estaba pasando muy bien.

–Ha ganado el Cervantes, el Princesa de Asturias… ¿Los premios le han hecho creerse importante?

–Sí, claro, los premios son para eso. No tanto creerme importante, sino constatar que la cosa iba bien, que estaba acertando. Se acuerdan de ti unos jurados heterogéneos, y eso te hace sentir bien.

–El jurado del Princesa de Asturias le calificó de «proveedor de felicidad?

–Me parece un piropo que no sé si creérmelo, pero me anima. Es una expresión muy afortunada, de repente me he convertido en los tres Reyes Magos en una sola persona.

–¿Y cuando afronta un nuevo libro tiene la sensación de haberlo dicho ya todo?

–Sí. Me pasó después del primero. Es un síndrome normal. Luego empiezas y piensas que es igual. También dicen que uno escribe siempre el mismo libro. Y que el lector siempre quiere leer el mismo libro. ¡Qué más da! Me parece un problema más teórico que práctico.

Vejez

«Ves que la cosa no va a durar mucho. El premio de consolación es disfrutar cada momento»

–Sus novelas marcaron la Transición, un periodo en la picota en los últimos tiempos.

–Estoy en desacuerdo con la postura que denigra ese periodo. Lo recuerdo muy bien porque ya era un adulto. Lo que se hizo en ese momento es una cosa admirable, no solo visto por nosotros, sino por todo el mundo. Quién iba a pensar que se iba a conseguir una solución así con tantos problemas como había. Es verdad que no fue perfecto, que quedaron flecos, pero entre eso y una guerra…

–¿Y qué hacemos con los chavales que alaban a Franco, seguramente sin haberlo estudiado?

–Bah, todos hemos dicho muchas tonterías. Cuando yo era joven alabábamos a Mao y Stalin, al primero que se nos ocurría para ir a la contra. Ya se les pasará.

–Antes los fachas eran cuatro nostálgicos en un tenderete de Falange, pero ahora están en las instituciones. Hay un orgullo de ser ultraderechista.

– Es cíclico. Pero a esa reivindicación de una ideología se añade cierta chulería. Y eso no lo había habido hasta ahora, esa actitud de salir a la calle, que es un poco falangista. Romper las reglas del juego porque yo puedo y tú no, porque soy más alto que tú. Es preocupante, mala cosa. Confiemos en que al final triunfe la sensatez, aunque no parece que vayamos en esa dirección. Europa acumula una experiencia tan tremenda que no se va a dejar arrastrar.

–¿Cómo es la vida a los 82 años?

–Arrastras una serie de achaques y ves que la cosa no va a durar mucho. A cambio de eso, tienes el premio de consolación de disfrutar de cada momento. Hoy, por ejemplo, pienso que comeré algo rico. Pero me gustaría tener veinte años.

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