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Tengo la intuición -sobre este asunto solo se pueden tener intuiciones- de que la felicidad está más vinculada a la placidez y a la rutina que a la exaltación y a lo extraordinario. Podemos disfrutar muchísimo, claro está, de un viaje, por ejemplo, pero nos sabemos felices cuando un tarde cualquiera, a la que han precedido otras muchas tardes similares, nos recostamos en el sofá tranquilamente sin añorar un plan mejor. La excepcionalidad agota.
Si la rutina tiene mala prensa es debido a que, demasiado a menudo, se construye sobre horarios de trabajo extenuantes, falta de expectativas, soledad, cansancio, frustración. Queremos romper la rutina porque sabemos que la rutina viaja en metro a la siete de la mañana, y tendemos a pensar que la felicidad vuela en primera clase hacia algún país exótico; sin embargo, intuyo que la felicidad está cerca de nosotros; tan cerca, en realidad, que duele saberla inalcanzable.
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