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El turbulento Territorio Highsmith
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Si usted ha leído con atención cualquiera de estos libros, Extraños en un tren, Carol, El talento de Mr. Ripley, El cuchillo, El grito de la lechuza, Mar de fondo o Ese dulce mal, ha obtenido la nacionalidad del Territorio Highsmith, afirma Joan Schenkar, autora de Patricia Highsmith. Son las novelas más perturbadoras del siglo XX. «No veía el mundo como lo hacían los demás y desarrolló un mundo alternativo: el Territorio Highsmith», escribe Schenkar. Hay que adentrarse en él para comprender a esta mujer nada convencional y su obra singular.
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El Territorio Highsmith empezó a configurarse el mismo día de su nacimiento, el 19 de enero de 1921 en Fort Worth (Tejas), en la casa de huéspedes de su abuela. Hacía nueve días que su madre, Mary Coates, se había divorciado de su padre biológico, Jay Bernard Plangman. Ambos eran ilustradores, como lo fue el segundo marido de Mary, Stanley Highsmith. Plangman presionó a Mary para que abortara. Accedió a regañadientes, bebió trementina y no pasó nada. Decidió dejar al marido y tener al bebé.
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«Desde muy pequeña aprendí a vivir con un intenso odio que me hacía tener sentimientos asesinos», escribió
Mary Coates convirtió esta historia en una broma para su hija. «Nació fuera del matrimonio», pero «era legítima». O «es curioso que te encante el olor de aguarrás». Patricia no lo soportaba y desarrolló una relación de amor/odio con su madre que duraría toda la vida. Tres semanas después del nacimiento, Mary se fue a Chicago para trabajar. La niña se quedó más de seis años con su abuela. A los tres años y medio, conoció a Stanley Highsmith. Fue odio a primera vista. Los continuos traslados de sus padres, las idas y venidas de Fort Worth, según las circunstancias económicas, no mejoraron las cosas. Tuvo siempre un sentimiento de abandono.
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«Desde muy pequeña aprendí a vivir con un intenso odio que me hacía tener sentimientos asesinos», escribió.
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Otro factor que contribuyó al Territorio Highsmith fue su homosexualidad. Escribió que a los 12 años sentía que era un chico en un cuerpo de chica. Pat se sentía culpable de su homosexualidad y tanto a ella como a su madre les parecía algo espantoso, las avergonzaba.
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Estudió filología inglesa en el Barnard College, la división femenina de la Universidad de Columbia, donde se licenció en 1942. Su afición al alcohol se inició al final de la adolescencia y se agudizó en la veintena. Bebía desde que se levantaba hasta que se acostaba. Vodka, ginebra y cerveza por la mañana y whisky el resto del día. Bebía, dijo, para canalizar la energía creativa que le fluía con una fuerza aterradora. Nunca tenía resaca.
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Leía desde los cuatro años y entre los 10 y los 14 leyó Crimen y castigo, de Dostoievski; Los falsificadores de moneda, de André Gide, y La mente humana, de Karl Augustus Menninger, que fue fundamental en su obra. En Barnard escribió sus primeros relatos, que publicó en la revista del colegio, aunque alguno fue rechazado por ser demasiado perturbador.
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La década de los cuarenta fue una locura para Highsmith. Acudía a todas las fiestas, le bullían las ideas, saltaba de amor en amor, le encantaba romper parejas y entre el éxtasis y la depresión era cuando mejor escribía. Era atractiva para los hombres y seductora para las mujeres.
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Highsmith dejó un legado de 8.000 páginas en el que destacan sus 38 cuadernos, que son un semillero de ideas para sus novelas y relatos. En los 18 diarios, habla de su vida más personal. Gruesos álbumes con recortes de diarios, una voluminosa correspondencia y una enorme cantidad de textos. Todo, así como sus muebles y objetos, están depositados en los Archivos Suizos de Berna. Schenkar (Seattle, Washington, 1952) los ha consultado exhaustivamente y aporta otro material proporcionado por amigos, familiares, amantes, fotógrafos y cineastas. «El largo testimonio es mucho más revelador que cualquier cosa que haya dicho o escrito».
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Highsmith no revela en sus diarios ni en sus cuadernos que durante siete años fue guionista de cómics. Siempre firmó con seudónimo. Se sentía avergonzada. Primero, trabajó para Sengor-Pine, donde colaboró en Terror negro, y luego para Timely Comics (luego Marvel), donde hizo guiones de Matajaponeses Johnson.
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Sí aparecen sus obsesiones en diarios y cuadernos: sus reflexiones sobre Jesucristo y un tema que aparece recurrentemente son las dudas sobre sí misma. «Me preocupa la sensación de ser varias personas (…) No me sorprendería en absoluto si en mi madurez me volviera esquizofrénica». «Creo que tengo algunas tendencias esquizoides que hay que Observar (sic). Me asusta la locura que tengo dentro, muy cerca de la superficie».
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Estos pensamientos, la idea del doble, se reflejan en su obra. Muchos de sus personajes cuando llegan a un punto máximo de tensión cambian de identidad, como Tom Ripley, que asesina a Dickie Greenleaf y adopta su personalidad en El talento de Mr. Ripley o el David Keley de Ese dulce mal, que por amor a una mujer cambia de identidad.
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El amor fue siempre para ella una mezcla estimulante de placer y dolor. El paradigma fue Ellen Hill, una inteligente socióloga muy dominante, que conoció en 1951. Vivieron peleas tremendas, Ellen intentó suicidarse dos veces y fue una fuente de inspiración constante. Rompieron a los cuatro años, pero siguieron relacionándose hasta 1988. Pero, quizá el gran amor de su vida fue Caroline Bestermann (seudónimo), que tenía un matrimonio estable y vivía en Londres. La conoció en 1962 y se enamoró ciegamente. «Se derrite en mis brazos como si Vulcano la hubiera fundido expresamente para ello. Puedo pasarme toda la noche haciendo el amor con ella», escribió en su diario. Para estar más cerca de ella, compró una casa en Suffolk. Rompieron en 1966.
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También tuvo relaciones con hombres: con el fotógrafo Rolf Tietgens, «una experiencia no del todo exitosa»; con el escritor Arthur Koestler que tampoco funcionó, y con el escritor Marc Brandel, al que conoció en Yaddo, la colonia de artistas de Saratoga Springs (Nueva York), donde Highsmith pasó ocho semanas recomendada por Truman Capote. Brandel le pidió que se casaran y ella se lo tomó tan en serio que acudió a una psicoanalista, para ver si podía «normalizarse sexualmente». La trató como un caso patológico y fue un fracaso.
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Highsmith apenas comía, aunque bebía mucha leche (en sus últimos tiempos sólo se alimentaba de cerveza y pasta de cacahuetes), era una fumadora empedernida y anotaba cuidadosamente todos los detalles de sus enfermedades. Murió en el hospital de Locarno (Suiza), en febrero de 1995, a causa de dos enfermedades simultáneas, anemia aplásica y cáncer.
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A los 22 años, Highsmith escribió: «No deja de venirme a la cabeza que lo esencial de la novela es el individuo que se siente desplazado en este siglo». Por una razón u otra todos sus personajes son desplazados, que como ella misma, pertenecen al Territorio Highsmith. La lectura de esta biografía, dura y sin concesiones, tiene un efecto positivo: la necesidad urgente de volver a leer las novelas y relatos de Highsmith.
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Cuando tenía 26 años escribió un premonitorio brindis de Año Nuevo: «Brindo por todos los demonios, por las lujurias, pasiones, avaricias, envidias, amores, odios, extraños deseos, enemigos reales e irreales, por el ejército de recuerdos contra el que lucho: que nunca me den descanso». Bienvenidos al Territorio Highsmith.
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Patricia Highsmith. El talento de Miss Highsmith. Joan Schenkar. Traducción de Clara Ministral. Circe. Barcelona, 2010. 767 páginas. 29 euros.
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