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El periodista madrileño encarcelado en Bilbao por criticar a Hitler

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 Antonio Espina pasó un mes en la prisión de Larrinaga por una columna en la que se refería al líder nazi como «un caso de clínica psiquiátrica»

 

Domingo, 23 de junio 2024

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Los ánimos políticos estaban muy exaltados en 1935, y aquella coyuntura fácilmente inflamable conducía a peripecias tan disparatadas como la del periodista y escritor madrileño Antonio Espina, que acabó cumpliendo un mes de cárcel en Bilbao por haber criticado en un artículo al ‘führer’ alemán, Adolf Hitler.

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La singular carambola judicial causó estupor en buena parte de la intelectualidad española y movilizó a figuras como Juan Ramón Jiménez, Federico García Lorca o Azorín, que manifestaron su apoyo al autor.

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Antonio Espina estaba muy lejos de ser una firma desconocida. Nacido en 1891, a aquellas alturas del siglo XX ya había publicado varios libros de poesía, novela y ensayo, además de incontables artículos de prensa, e incluso había ocupado brevemente el cargo de gobernador civil de León al poco de proclamarse la Segunda República.

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La columna que desencadenó la polémica apareció el 11 de abril de 1935 en primera página del diario bilbaíno ‘El Liberal’ y se titulaba ‘El caso Hitler’. Como reacción a las manifestaciones del líder nazi de que no se consideraba obligado por los tratados internacionales, Espina establecía una comparación entre el príncipe maquiavélico, «cínico y duro» pero «cauto y previsor», y el ‘führer’ del Tercer Reich: «La máscara de Hitler recuerda más a la de los emperadores monstruos de Roma», razonaba.

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«¿Es posible que la suerte de millones y millones de hombres, de la cultura, de la economía, de los bienes acumulados por los pueblos a costa de tantos esfuerzos, sacrificios y heroísmos, a través de los siglos, dependa de la voluntad de un solo hombre, de un hombre que, además, puede ser un perverso, un majadero o, como es Hitler, un caso de clínica psiquiátrica? Porque esta es la cuestión.

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Esta es la pregunta que se hacen, atemorizadas, las mentes normales del mundo entero», planteaba Antonio Espina, que concluía alertando del gravísimo daño que podía infligir el líder nazi al continente.

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Una denuncia del cónsul alemán puso en marcha los engranajes judiciales y, meses después, Antonio Espina fue detenido en Madrid y trasladado a Bilbao, bajo la acusación de haber injuriado a un jefe de Estado. El Tribunal de Urgencia lo juzgó el 3 de octubre, en presencia de «mucho público, entre el que se destacaban varios conocidos hombres de letras de Bilbao», según relató ‘El Liberal’.

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El acusado, a preguntas de su abogado defensor, Ramón María de Aldasoro, negó que su intención hubiese sido injuriar a Hitler: «Mi propósito fue criticar un tipo de política de manera genérica, por considerar, entre otras cosas, que la preponderancia de esta política, no solamente en Alemania, sino en otros países, podría acarrear grandes perjuicios para la paz europea y, por consiguiente, también para España», respondió, además de mencionar la posibilidad de «una guerra de funestas consecuencias».

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El fiscal pidió para él cuatro meses de cárcel, pero al final se le condenó a un mes y un día, descontando el tiempo que había cumplido ya como preso preventivo.

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La sentencia escandalizó a la izquierda. «Esto, es triste decirlo, no ocurre en la actualidad más que en España. Desde la proclamación de la República, una gran parte de la prensa alemana se ha dedicado a burlarse y a escarnecer el régimen y los hombres del régimen español. Pues bien: ni a un cónsul español se le ha ocurrido protestar de esas campañas difamatorias contra España, ni en el caso de haberlo hecho se hubiera trasladado de Berlín a Munich, de Nuremberg a Berlín, a un escritor germánico por una crítica contra España y sus hombres», criticaba el madrileño ‘La Voz’.

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Llegaron incontables mensajes de apoyo, que abarcaban desde la Juventud de Izquierda Republicana de Logroño hasta intelectuales como Max Aub. El diario madrileño ‘El Sol’ publicó un ‘Testimonio de adhesión a Antonio Espina’ que había sido redactado por Azorín y suscrito por Pío Baroja, Juan Ramón Jiménez, Gregorio Marañón y José Bergamín, entre otros.

«Cochambrosa»

Pero no sirvió de nada y Espina permaneció encerrado en la cárcel bilbaína hasta el 29 de octubre. Días después fue agasajado con un ‘banquete de desagravio’ en el Hotel Florida de Madrid, al que enviaron cartas de adhesión Ramón Gómez de la Serna, Margarita Xirgu y Federico García Lorca. A petición de los comensales, tomó la palabra Manuel Azaña, que deploró lo ocurrido: «Lo que yo siento no es que nuestros gobernantes sean reaccionarios –ironizó–, sino que sean ineptos e incapaces».

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¿Y qué hay del propio Espina? No tardó mucho en publicar en ‘Línea’ un artículo titulado ‘Un mes y un día’, en el que reprochaba la «solícita actitud» con que la Fiscalía había satisfecho «los deseos de un cónsul nazi al servicio del famoso canciller del bigotito recortado», a la vez que agradecía que, en aplicación de eso que hoy llamamos ‘efecto Streisand’, el revuelo hubiese conseguido que leyesen su artículo «hasta en las Chimbambas».

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De la cárcel de Larrinaga decía que era «una de las peores» de España y la describía como «cochambrosa» y «desmantelada», además de referirse a su director como «hombre atravesado y cavernícola hasta la médula de los huesos». Y terminaba lamentando que la política en la capital vizcaína estuviese en manos de «los herederos directos de aquellos carlistones brutales que, con el crucifijo en una mano y el fusil en la otra, cometían toda suerte de tropelías». Se quedó, en fin, bastante a gusto.

Lluvia y ratas

Espina brindó una cruda descripción de la cárcel bilbaína: «El viento y el agua se cuelan por las ventanas sin cristales en las celdas. Las clásicas ratas, que en esta prisión no son ninguna viñeta literaria, circulan numerosamente».

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