.No fue una niña deseada. Sus padres se divorciaron antes de su nacimiento. Educada por su abuela materna, Will Mae, su madre volvió a casarse tres años después con Stanely Highsmith, del cual Patricia tomaría su apellido.
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En 1927 se trasladó a Nueva York a vivir con el matrimonio, ambos diseñadores gráficos. Su relación con ellos fue dolorosa y conflictiva.
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Años más tarde, averiguó que su madre, Mary Coates, había bebido aguarrás durante su embarazo, intentando provocar un aborto. Patricia se vengaría mediante un cuento titulado “La tortuga marina”, donde un niño apuñala a su madre.
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En ese ambiente de afectos contaminados por la ambivalencia, los libros irrumpieron como una tabla de salvación. El hallazgo de los ensayos de psiquiatría de Karl Menninger le permitió adentrarse en el laberinto de las patologías mentales.
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Desde entonces, se sentiría atraída por las conductas perturbadas, ideando un universo donde el ser humano gira alrededor de la culpa, la mentira y el crimen.
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A los dieciséis escribió su primer relato, hoy perdido. Estudió literatura inglesa, latín y griego en el Barnard College. Durante seis años, trabajó como guionista de cómics, viviendo entre Nueva York y México.
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A los veinticuatro, publica su primer cuento en Harper’s Bazaar y en 1950 debuta con Extraños en un tren, que un año más tarde adaptaría al cine Alfred Hitchcock, con guion de Raymond Chandler. Hollywood alteró la trama, pues le pareció demasiado turbadora y nada ejemplar.
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En 1952 Highsmith publica con el pseudónimo de Claire Morgan la novela El precio de la sal, que narra una historia de amor entre dos mujeres, lo cual constituía una provocación para la sociedad de la época.
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La novela no reaparecería hasta tres décadas más tarde, con un nuevo título, Carol, y ya con el nombre real de la autora. En el epílogo, Highsmith celebraba que su novela hubiera ayudado a miles de personas abrumadas por una sociedad hostil a su identidad sexual.
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Misántropa, lesbiana, pesimista, morbosa e izquierdista, Estados Unidos no ocultó su desagrado hacia una escritora que cuestionaba su estilo de vida. Highsmith decidió entonces buscar un ambiente más favorable, trasladándose definitivamente a Europa en 1963.
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Vivió en Reino Unido, Francia y, al final de su existencia, en la comuna suiza de Tegna al oeste de Locarno, donde falleció el 4 de febrero de 1995. Andrew Wilson escribió su biografía, titulándola Beautiful Shadow, una expresión elocuente que reúne la penumbra y la seducción de una escritora alcohólica e inestable, cuyo breve romance con la escritora Marijane Meaker representó el único momento de verdadera intimidad con otro ser humano.
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Highsmith afirmaba que su mente funcionaba mejor cuando podía prescindir de hablar con la gente. Un gato o un caracol le parecían interlocutores mucho más gratos.
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Toda su obra se mueve por la estrecha línea que separa el bien y el mal. Su creación más célebre es Tom Ripley, protagonista de un ciclo de cinco novelas, que en el cine ha sido interpretado por Alain Delon, Dennis Hopper o John Malkovich.
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Con un estilo conciso y minimalista, que se inspira en Maupassant, Highsmith compone un personaje que consuma la inversión de los valores postulada por Nietzsche, pisoteando la moral tradicional. Sus crímenes siempre quedan impunes y le permiten ascender en la escala social.
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Ripley es un antihéroe que combina astucia, encanto y seducción. Graham Greene calificó el mundo de Highsmith como un orbe “cerrado, irracional y opresivo”, capaz de producir tanta fascinación como espanto.
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Sus libros son miradores construidos sobre abismos que nos atraen fatalmente.
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Toda la obra de Highsmith se mueve en la línea entre el bien y el mal. Sus libros son miradores construidos sobre abismos
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Sería injusto restringir el eco de la obra de Highsmith al género policíaco. Sus tramas, negrísimas, no son simples intrigas saturadas de ingenio, sino agudas exploraciones del corazón humano, particularmente de esas zonas donde se gestan las pasiones más dañinas.
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Meaker nos dejó un retrato muy elocuente de la escritora: “Era alta y delgada, con un pelo oscuro hasta el comienzo de los hombros y unos brillantes y oscuros ojos marrones que la hacían parecer una mezcla entre el príncipe valiente y Rudolf Nureyev”.
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Highsmith siempre despreció la paz de la vida burguesa y moralmente correcta. Meaker nos cuenta que en la noche de fin de año de 1947 alzó su copa diciendo: “Brindo por todos los demonios, por todas las lujurias, pasiones, avaricias, envidias, amores, odios, extraños deseos, enemigos reales e irreales, por todos los ejércitos de recuerdos contra los que lucho, para que nunca me dejen descansar”.
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La escritora albergaba fobias deleznables. Antisemita y misógina, no escondía su odio hacia los negros. Adoraba el éxito y el dinero, y no le causaba problemas de conciencia destrozar emocionalmente a sus amantes.
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Meaker nos dice que asesinaba en sus novelas “a la gente a la que amaba en la vida real”. Solo creía en el trabajo, “sólido y sincero”, y en la siesta, fértil proveedora de ocurrencias: “un sueñecito ahorra tiempo en vez de malgastarlo. Me duermo con el problema y me despierto con la respuesta”. Sabía que siempre existía la posibilidad de fracasar, pero que eso era lo que hacía estimulante el oficio.
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Highsmith nos dejó veintidós novelas, siete libros de relatos y más de 8.000 páginas de diarios, pero quizás su legado más importante fue recordarnos que en nuestro interior pululan los demonios, buscando una oportunidad para salir al exterior.
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Todos podemos llegar a ser asesinos. Solo hace falta que las circunstancias se combinen de forma adversa, liberando la ferocidad inherente a la condición humana. La literatura, ajena a las valoraciones morales, solo es la crónica de ese conflicto.
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Tom Ripley es Macbeth, pero sin sentimientos de culpa y con el ingenio necesario para derrotar al bosque de Birnam.
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