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Crímenes en la biblioteca (I), por Juan Mari Barasorda

Tenemos la satisfacción de volver a traerles un ensayo de nuestro amigo Juan Mari Barasorda, enorme aficionado y gran conocedor del noir clásico, que en esta ocasión nos va a instruir sobre ese singular subgénero del noir, que se ha dado en llamar el bibiliomistery.

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En esta primera entrega (de dos), define este subgénero, nos habla del fenómeno de la bibliomanía,  y nos ofrece los primeros ejemplos históricos del bibliomistery, parándose en algunas grandes novelas y sus autores, llegando a los años treinta del siglo pasado. Esperamos que disfruten con este texto tanto como nosotros.

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  • Biblio: Del griego βιβλιο- biblio-.Significa ‘libro’. ( Bibliófilo, biblioteca ). Fuente RAE
  • Mistery: Del lat. mysterĭum, y éste del griego μυστήριον mystḗrion. Significa misterio.
  • Bibliomystery. “A book, film, or play, especially about a crime or a murder, with a surprise ending that explains all the strange events that have happened”. Fuente Cambridge Dictionary.

No encontraremos la definición de “bibliomisterio”, pero como el librero, editor y especialista en “bibliomysteries” Otto Penzler dice : “Los bibliófilos que también son aficionados a la novela de misterio ciertamente saben lo que significa la palabra, por abstrusa o esotérica que pueda parecer a aquellas pobres almas que no comparten esos afectos. Los libros y cuentos que caen en esta pequeña, pero elevada, categoría de literatura son, como su nombre indica, historias de misterio ambientadas en el mundo de los libros.”

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“Hay innumerables libros en los que un bibliotecario, autor, editor, editor de libros o revistas, un erudito o un librero se ve envuelto en un misterio a pesar de que su profesión no sea la de detective o investigador”

Otto Penzler en el prólogo de «bibliomysteries»

Bibliomanía: Obsesión o deseo por poseer libros, especialmente libros raros. El origen del término es atribuido a Thomas Frognall Dibdin.

Antes del bibliomisterio . En el principio fueron las Bibliotecas y los Bibliófilos.

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Thomas Frognall Dibdin  (1776 – 1847) fue, posiblemente, el primer organizador de bibliotecas, respetando la olvidada figura del organizador de la biblioteca alejandrina. George John Spencer, vizconde de Althorp ,bibliófilo apasionado, se convirtió en la madurez en comprador compulsivo de libros, afición razonable para su desahogada economía.

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Creó la mayor biblioteca privada de su tiempo… pero se encontró con un problema de imposible solución: no sabía cómo debía organizarla. El segundo conde de Spèncer-antepasado de lady Di- fue el   primer presidente del Club Roxburghe (un club bibliófilo exclusivo), fundado en 1812. Contrató a Dibdin, el bibliógrafo más importante de su época, para organizar aquel pandemónium de adquisiciones compulsivas.

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El trabajo no debió ser sencillo para el reverendo Frognall Dibdin, ya que no conocía muchas de las lenguas en las que aquellos libros estaban escritos, pero además de bien remunerado le permitió poner en práctica sus estudios, plasmados en 1809 en una obra de referencia para los amantes de las bibliotecas de la era victoriana: “The bibliomania or Book Madness“. Containing some account of the history, symptoms, and cure of this fatal disease (La bibliomanía o la locura de los libros. 

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Contiene algún relato de la historia, los síntomas y la cura de esta enfermedad fatal.) El capítulo sexto de aquella magna obra tenía por título: “Síntomas de una enfermedad llamada bibliomanía. Medios probables para su cura”.

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Frognall Dibdin dedicó su vida a la organización de aquella biblioteca, como muchos de las y los lectores de este magazine dedicamos periódicos lapsos más o menos dilatados de nuestra vida a organizar los libros que nunca dejamos de comprar. «A todos los hombres», decía el reverendo Dibdin, «les gusta ser sus propios bibliotecarios».  El decimonónico Frognall Dibdin dio en la diana. Hay tantas bibliotecas como gustos de los lectores y tantas maneras de organizar como mentes. Todo comprador de libros es, en parte, además de lector un bibliotecario en potencia.

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En 1910 un libro anónimo llamado Bibliosophia: or Books Wisdom (Bibliosofía o la Sabiduría de los libros) defendía en el lector “el orgullo, placer y privilegios de esa gloriosa vocación, la del coleccionista de libros”. Coleccionar por el placer de mantener la compañía de los libros que tanto placer han suministrado.

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El coleccionista de libros es la cara de la moneda.  Todo bibliófilo, se sentirá representado en ese noble sentimiento. Un sentimiento respetable en el que los lectores de este artículo se reconocerán sin duda. Pero la bibliomanía nos puede conducir a sendas más peligrosas. La bibliofilia de Avelino, el singular personaje de la novela Silvestre Paradox, de Pio Baroja , se tornó en bibliomanía.

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“Su último entusiasmo fue el de la bibliografía, chifladura que tomó como costumbre, y no con gran pasión. Pero como un hombre, por rico que sea, no puede pensar en reunir los libros que se han escrito, no sólo en el mundo, sino en un país, Avelino especificó su manía y se dedicó a formar una biblioteca de libros en dieciseisavo. Al principio, los compraba, los leía, los coleccionaba y los guardaba…

Un día, a don Avelino se le perdió la llave de la biblioteca. Al día siguiente se encontró con la puerta cerrada; quiso descerrajarla, pero luego pensó y dijo: —¿Para qué? Hay una cosa más sencilla El cuarto tenía un montante. Don Avelino ató sus libros, siempre de dieciseisavo, con un cordelito, y como quien dispara una piedra los tiró al interior de la biblioteca.

Una vez quiso entrar en la biblioteca; descerrajó la puerta, pero se había formado detrás de ella un montón de tomos tan grande, que era imposible entrar.”

Pío Baroja, Silvestre Paradox.

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Pero no todos los bibliómanos son – somos- tan inofensivos como Avelino. El crimen ronda en ocasiones entre los volúmenes de la biblioteca.

El 23 de Octubre de 1836, la Gazette des Tribunaux recogió la historia de Fray Vicente, ex monje del monasterio de Poblet y librero de profesión, que asesinó a trece personas para recuperar los libros que les había vendido por culpa de su enfermizo amor a esas obras.

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Un adolescente Gustave Flaubert leyó aquella historia y escribió en 1910 un relato que se adelantó a “La historia del librero asesino de Barcelona” (1914) que el bibliófilo Miguel i Planas editó con dibujos de Joan Vila i Pujol (magnifico dibujante de Exlibris también).

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En “Bibliomania” Giacomo, el monje asesino de Flaubert, se convierte en protagonista de un “true crime” primigenio (la historia en realidad fue fabulada en su origen) más que en una novela de misterio. “En una calle estrecha y sin sol de Barcelona vivía, hace poco tiempo, uno de esos hombres de frente pálida y ojos apagados y hundidos, uno de esos seres satánicos y extraños como los que Hoffmann desenterraba en sus sueños”.

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El primer “bibliomystery” calificado como tal fue publicado en 1874 en Boston. Scrope or the lost library”es un libro sobre vendedores de libros, una biblioteca perdida y el mundo de las subastas ( yo mismo participé hace doce años en la subasta de una primera edición de Scrope llegando hasta los 100 euros y viendo que se adjudicaba en 101, hoy día las primeras ediciones están a la venta por 1.500 dólares).

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Su autor, Frederick Beecher Perkins (1828-1899) dio el protagonismo en la historia a una librería cuyo modelo se basaba en Gowan´s Antiquarian Bookstore, una librería a la que acudía E. A. Poe y que fue durante décadas el templo de los bibliófilos americanos.

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En 1898 el hoy caso olvidado Fergus Hume, multiventas de la novela victoriana de detectives con El misterio del Carruaje (1886, editado por Editorial d’Epoca), publicó un conjunto de relatos protagonizados por una de las primeras mujeres detective, Hagar Stanley la gitana de “Hagar of the Pawn Shop” (1898). En su primer caso como detective un libro será el protagonista:

“-Yo… yo deseo ganar algo de dinero con este libro -dijo el extraño de manera vacilante, mientras un rubor invadía su tez clara-; ¿Podría usted…? Hizo una pausa, confuso, y le tendió el libro, que Hagar tomó en silencio.

Era un libro viejo y costoso, la delicia de un bibliómano.

Estaba datado en el siglo XIV y el impresor era un famoso editor florentino de esa época; y el autor no era otro que un tal Dante Alighieri…».

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Este pionero relato detectivesco sobre un libro olvidado será el argumento recurrente en muchos de los posteriores “ bilbliomisterios”.

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En “La librería encantada” (1919) de Christopher Morley hay mucho de amor por los libros , pero la misteriosa desaparición de uno de los volúmenes incluye esta deliciosa novela de Christopher Morley , un bibliófilo apasionado,  en el género de “bibliomisterio”. Recomendable por muchas razones.

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“El Ex libris de Colfax“ (1926) de la desconocida Agnes Miller ( de esta novela tengo dos primeras ediciones en mi biblioteca) ya ha publicado Total Noir una extraordinaria reseña (aquí)  por lo que solo cabe añadir que hablamos de la única novela del llamado bibliomystery con exlibris.

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Dos mujeres excepcionales-por muchas razones- que se merecen un artículo en exclusiva, Helen Simpson y Clemence Dane (seudónimo de Winifred Ashton) publicaron en 1930 la segunda de las novelas de su detective Sir John Saumarez , actor y mánager teatral, modelado a la imagen de Henry Irving . La primera (“Enter Sir John”)  fue un gran éxito literario que compitió con las mejores novelas de Agatha Christie y fue llevada al cine con el título “Murder” por Alfred Hitchcock. En “Printer’s Devil” (1930, “Author unknown“ en USA), la trama se centra en la muerte de un editor. Editores, coleccionistas, bibliófilos y libreros han sido asesinados por causa de un libro.

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Crímenes en la biblioteca (y II), por Juan Mari Barasorda

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En esta segunda entrega sobre el bibliomisterio, Juan Mari Barasorda nos llevará a reccorrer el uso de este maravilloso subgénero, desde mediados de los años treinta hasta nuestros días, donde aparecerán novelas fantásticas de autores como Elizabeth Daly, Umberto Eco, P. D. James, Raymond Chandler, Kenneth Fearing,Lawrence Block, Bill Pronzini, John Connolly,o Ian Rankin

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Ver primera parte

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Debemos empezar esta segunda parte con Harry Stephen Keeler (1890-1967), un prolífico escritor nacido en Chicago conocido por sus excentricidades. Utilizaba en sus novelas tramas difíciles de seguir, argumentos complicados, coincidencias dentro de la historia tremendamente improbables y, a veces, conclusiones totalmente desconcertantesLa mano de jade verde (1930) es una de sus novelas imposibles pero deliciosas… y además un bibliomisterio. Amos Carrington, un millonario excéntrico especialista en antigüedades, le propone un trato a Casimer Jech, propietario de una pequeña tienda de curiosidades y artículos de coleccionista. Resulta que, por casualidad, ha dado en un salón de subastas con un Vindelinus, un antiguo libro del que hasta ese momento sólo se conocía un ejemplar, en el Museo Británico. El resto de la trama… sería larga de contar.

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Christopher Bush ha sido muchas veces traducido, pero no lo ha sido “The case of the Monday murders” (1936), donde el protagonista es el presidente de un club de escritores de novelas de detectives… que se convertirá en sospechoso de un caso criminal. 

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También se publicó en 1936 uno de los bibliomisterios que encabezan las listas de este peculiar género. “Murder in the Bookshop” de Carolyn Wells (1862-1942) es una de las 61 novelas del detective Fleming Stone. Un bibliófilo de Nueva York visita la trastienda de la librería Sewell una noche y es asesinado. Cuando la investigación comienza se descubre que falta un libro valorado en 100.000 dólares.

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Marco Page era el seudónimo de Harry Kurnitz (1909-1968), dramaturgo, productor, guionista y crítico estadounidense. Nació en Filadelfia y se educó en la Universidad de Pensilvania. Fue crítico, dramaturgo y guionista. Con su primera novela, Fast Company (1937) ganó un premio literario y el pase para integrarse como uno de los primeros bibliomisterios. Traducida primero como Invitación peligrosa y más recientemente como Libros peligrosos. La trama, basada en el robo de libros, no es especialmente innovadora, pero la relación entre el detective/distribuidor de libros Joel Glass y su esposa, Garda, tiene diálogos chispeantes y una clara referencia en Nick y Nora Charles, la pareja de detectives de El hombre delgado de Dashiell Hammett.

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Amelia Reynolds Long(1904-1978) publicó “Death Looks Down» en el magazine Triple Detective en 1944. Aún se pueden encontrar ejemplaresde este magnífico bibliomisterio con el título “El manuscrito de Poe”.Katherine «Peter» Piper, la detective/escritora de misterio de Long, junto con otras seis personas, asiste a un seminario sobre la obra de Poe. El descubrimiento de un manuscrito de «Ulalume», escrito por Poe de su puño y letra y su posterior robo desencadena una trama criminal y un bibliomisterio perfecto. Además, la obra contiene repetidas referencias a las obras de Poe para mayor disfrute de sus lectores.

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En 1948 el asesinado es un crítico literario en “An author bites the dust” de Arthur Upfield. El circulo literario que acude a la fiesta en la casa de Mervyn Blake, famoso autor y crítico literario, se sorprende cuando su anfitrión es encontrado muerto en su sala de escritura.

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No se puede determinar la causa de la muerte. El detective-inspector Napoleón Bonaparte, se introduce rápidamente al mundo de los odios y los celos literarios. Uno de los escritores del círculo, Clarence B. Bagshott, ejercerá de detective aficionado, tal vez representando a Upfield,  como antes hizo Ariadne Oliver con su madre literaria ,doña Agatha. El lector asiste a referencias dedicadas a S.S. Van Dine, Joseph Conrad o John Buchan. Bien se merece una traducción.

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Un bibliófilo y un librero detectives: Henry Gamadge y Theodore Terhune.

En ocasiones no es el detective quien examina el cadáver de un desafortunado bibliófilo o librero, sino que son estos últimos quienes ejercen de detectives.

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Elizabeth Daly (1878-1967) escribió 16 novelas protagonizadas por Henry Gamadge entre 1940 y 1951 Gamadge, bibliófilo, asiduo a librerías de anticuario y escritor de novelas de detectives es su detective. Cualquiera de ellas conducirá al lector a una historia detectivesca bien escrita, y en muchas de las ocasiones relacionada con el mundo literario.

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Bruce Graeme (1900–82) es el seudónimo de Graham Montague Jeffries. Theodore Terhune es un librero convertido en detective aficionado. Tiene varias novelas traducidas de la serie de siete publicada en los años cuarenta de Terhune, aunque alguna como “A case of books”(1946) se merece una traducción: Un cliente del librero es encontrado apuñalado y su biblioteca saqueada, la policía sospecha que el asesino estaba buscando un libro.

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El muerto coleccionaba libros antiguos. Los herederos contratan a Terhune para vender la biblioteca, pero otro intento de robo y una subasta de libros muy extraña sugieren que el asesino sigue buscando algo.

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Cuando Umberto Eco publicó “El nombre de la rosa“ en 1984 no sabía que su novela se convertiría en la referencia de los “bibliomisterios” para futuras generaciones. Años más tarde descubriría que la Poética de Aristóteles, el libro sobre el cual gira la trama, formaba parte de su biblioteca, aquella que Eco definió como «Biblioteca Semiológica, Curiosa, Lunática, Magica et Pneumatica».

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Eco la había comprado por el equivalente a setenta centavos alrededor de 1970, pero estaba tan sucia que se había olvidado de ella entre los estantes de su biblioteca (a mí me pasa mucho). “Creí que había inventado un libro para mi historia…” hubo de reconocer. 

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También P. D. James se acercó al “bibliomisterio” a través de un crimen en una gran editorial. En “Pecado original” (1994) la investigación del inspector Dalgliesh se realiza en The Peverell Press, una editorial de doscientos años de antigüedad ubicada en un espectacular palacio veneciano a orillas del Támesis. Pero las propuestas de su nuevo director gerente despiadadamente ambicioso, Gerard Etienne, le han convertido en peligrosos enemigos.

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El bibliomisterio en clave “noir”.

Raymond Chandler y “El sueño eterno” (1939) es citado en las monografías y estudios sobre “bibliomisterios” gracias a la investigación de Marlowe de la librería de Geiger, una librería de libros raros que oculta un negocio de pornografía. 

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Kenneth Fearing escribió “El gran reloj”, una de las novelas negras indispensable en toda lista “noir“ que se precie, en 1946. Considerada una de las mejores novelas negras jamás escritas, nos trasladará a los entresijos, secretos y vicios inconfesables en el interior de un importante grupo editorial. El protagonista de El gran reloj es George Stroud, un editor de una de las revistas criminales más importantes (Crimeways). Fearing también trabajo en el mundo editorial.

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El prolífico Robert B Parker inició la serie de Spenser (cuarenta y nueve novelas en total) con “El manuscrito sangriento” (1973). Una universidad de Boston contrata al detective para recuperar un raro manuscrito robado. No le sorprende que su única pista sea un estudiante radical con cuatro balas en el pecho.

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Lawrence Block comenzó la serie de Bernard Grimes «Bernie» Rhodenbarr en 1977, un ladrón que se convierte en el propietario de Barnegat Books, una tienda de libros antiguos y usados, situada en la Calle 11 Este, entre University Place y Broadway. The Burglar in the Library (1997) gira en torno a una supuesta copia asociada de The Big Sleep de Chandler, que según la leyenda tiene una dedicatoria escrita a Dashiell Hammett.

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Bill Pronzini creó a su detective sin nombre, coleccionista de pulps y magazines, en 1977. Schemers (2009) ocupa el trigésimo sexto lugar en la serie sobre el «Detective sin nombre», y se puede catalogar como un «bibliomisterio» con una historia criminal en una biblioteca privada, una biblioteca que atesora una de las mejores colecciones de historias de detectives.

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La biblioteca de Pollexfen sería el mayor objeto de deseo de los aficionados a la novela de detectives, una biblioteca con «más de quince mil volúmenes» de ficción detectivesca con «una buena representación de autores y títulos posteriores a 1950», muchos de ellos firmados e inscritos. Son algunas de esas rarezas las que han desaparecido.”.

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En la trama desaparecen entre otros las primeras ediciones de El sueño eterno de Raymond Chandler, El cartero siempre llama dos veces de James M. Cain y Cosecha roja y El halcón maltés de Dashiell Hammett). El libro de relatos de Pronzini “Casos de archivo“ (1983) con los primeros casos del detective sin nombre disfrutarán con dos historias, “Pulp conection“ y “El ladrón de libros” con un bibliofilo -de pulps policiacos- asesinado y un robo de libros imposible.

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Quienes tengan en su biblioteca la antología Música Nocturna de John Connolly pueden leer “La biblioteca privada y depósito de libros Caxton”, premiada con el Anthony en 2014 . No está Charlie Parker, pero encontrarán una historia donde los personajes de las novelas clásicas realmente cobran vida.

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Un hombre ve a una mujer arrojarse a las vías del tren, pero no hay señales cuando la policía investiga. Cuando la mujer resulta ser Anna Karenina, el hombre encuentra la Biblioteca Caxton… y a su Bibliotecario, un anciano que quiere jubilarse…

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Joyce Carol Oates ha publicado en 2015 su relato Mistery Inc. En una antigua librería de Nueva Inglaterra se agolpan primeras ediciones firmadas por John Dickson Carr, Agatha Christie y S.S. Van Dine. La Primera edición de 1888 de Estudio en escarlata, la primera edición de El sabueso de los Baskerville o La casa desolada de Charles Dickens, firmada por el propio Dickens. El narrador desea obtener con avidez estos volúmenes y planea envenenar al propietario.

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En 2016 Ian Rankin se acercó al bibliomisterio con “The Travelling companion”. Ronald Hastie es un recién graduado universitario que está obsesionado con las obras de su héroe literario, Robert Louis Stevenson. Ronald está en París durante el verano de 1982, trabajando en la legendaria librería Shakespeare and Company, cuando un coleccionista afirma tener los manuscritos originales tanto del Extraño caso del Dr. Jekyll y del Sr. Hyde y The Travelling Companion, que nunca se publicó.

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Por hoy ya hemos removido un montón de libros de la biblioteca. Si los lectores queréis más obras de este género habrá que solicitar a las editoriales traducciones de muchos de los “bibliomisterios” que se están publicando cada año (las novelas de Cliff Janeway,  del librero de libros raros y escritor John Dunning, son unos magníficos bibliomisterios)… o si no…  asesinar al editor.

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Juan Mari Barasorda

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