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Así se forjó el ‘Novecento’ vasco

‘Verdes valles, colinas rojas’

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 En dos décadas de solitaria escritura, Ramiro Pinilla recreó más de un siglo de historia con mitos y leyendas «tan reales como la vida»

María Bengoa

Sábado, 19 de octubre 2024

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Hace veinte años, Ramiro Pinilla (Bilbao 1923-2014) recibió en Getxo dos ejemplares del primer volumen de ‘Verdes valles, colinas rojas’, una novela que recrea más de un siglo de historia de Euskadi desde 1889.

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Tras dos décadas de solitaria escritura entre 1980 y 2000 y más de tres mil páginas manuscritas en el reverso de sobrantes de carteles que él recortaba, aquel esfuerzo titánico vio la luz en 2004 y 2005 en tres volúmenes que obtuvieron los premios Euskadi y Nacional de la Crítica 2005 y el Nacional de Narrativa 2006.

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Cuando Ramiro presentó ‘Verdes valles, colinas rojas’ en Bilbao a sus ochenta y un años aún era un hombre tímido, aunque alejado del niño y joven de timidez patológica que había sido. A la presentación llevó un texto escrito por si se quedaba en blanco, como le había sucedido en un acto público en Algorta al ganar el Premio Nadal en 1960, con 38 años. «Yo no hablaré de cómo es mi libro sino de cómo quise que fuera en aquel inocente tiempo en que lo empecé» leyó el escritor en Casa del Libro en 2004. «Quise crear un mundo cerrado, sin hilos sueltos, donde los nuevos mitos y leyendas que yo imaginara fueran tan reales como la propia realidad y se hermanaran con ella. Mitos y leyendas que brotaran de los más hondos biología y delirios de la especie humana».

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La primera crítica de ‘Verdes valles, colinas rojas’ se publicó en Territorios, junto a una larga entrevista a Pinilla, en octubre de 2004. Pocos días después, Rafael Conte calificó de ‘Homero vasco’ al autor en una elogiosa crítica del suplemento literario del periódico más leído del país. Una extraña que carece de pasado y ni siquiera tiene nombre, Ella, se instala en Getxo y desata varios carriles narrativos. ‘Verdes valles, colinas rojas’ es el Novecento vasco, cuenta cómo se creó la riqueza en Euskadi. Acoge a boronos y maketos, gente humilde que trasiega las dos márgenes de la Ría de Bilbao en lucha por su dignidad obrera de mineros y aldeanos. El relato rastrea la raíz de las grandes corrientes de pensamiento político de los vascos en el siglo XX e indaga en los orígenes de ETA.

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Caserío Arrune de Getxo donde veraneaban los Pinilla. E. C.
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El amor y el humor, claves del universo Pinilla, acompañan a personajes de honda presencia dramática. Don Manuel, el maestro nacionalista, se pasa largos años traduciendo ‘El Quijote’ al euskera. Isidora, la mitinera socialista trasunto de Dolores Ibárruri, se sube a una caja de lejía para arengar a los obreros y, de repente, la caja se rompe. El Manifiesto Comunista llega a Getxo colgado en el cencerro de una vaca holandesa… Muchos personajes se le hicieron centenarios a Pinilla con el avance de acontecimientos y páginas «Es que la gente sana de campo vive mucho», explicaba el autor. La gran historia de amor de la novela abraza el mundo rural y la industria. En la Comuna de Oiarzena, los Baskardo viven desnudos, cubiertos por una sábana. «El amor abriga mucho» respondía el escritor en 2006 ante ese chocante detalle. La historia romántica del aldeano Roque, de Getxo, y la minera de carácter indómito y dotes innatas para la oratoria, Isidora, seduce, une las irreconciliables márgenes de la Ría en plena Revolución Industrial.

Fernando Aramburu, que admiraba ‘Las ciegas hormigas’, puso a Tusquets sobre la pista de la novela inédita

Antes de que ‘Verdes valles, colinas rojas’ viera la luz en Tusquets entre octubre de 2004 y noviembre de 2005, el manuscrito tuvo un largo recorrido, incluida la autoedición. Ediciones Libropueblo-Herriliburu fue creada por Ramiro Pinilla y José Javier Rapha en 1977. A los ojos de muchos era poco más que un hombre con una mesa de cervecera y una pancarta vendiendo sus libros en plazas y a la salida de fábricas. Publicaron trece títulos, el último es un avance de ‘Verdes valles’ con lo que Pinilla tenía de su novela hasta 1986; aún quedaban catorce años de escritura. En primera página dice: «El autor se excusaría de la publicación en solitario de este primer volumen, dejando el segundo y, quizá, el tercero para más adelante, si no sonara a presunción dar por cierto que iba a dejar al lector con la miel en los labios. La pobreza económica de Ediciones Libropueblo obliga a hacerlo así». Aquel número trece se vendió poco y se leyó aún menos. Libropueblo cerró ese mismo año. Al morir el escritor en 2014 quedaban en el gallinero de Walden, su casa de Getxo, paquetes y paquetes precintados en papel de estraza con casi toda la edición.

Cuenta cómo se creó la riqueza en Euskadi, rastrea las corrientes de pensamiento e indaga en los orígenes de ETA

3.000 páginas en el gallinero

Cuando en el año 2000, tras veinte años de escritura desde 1980, Pinilla se encontró con más de 3000 páginas del manuscrito de su novela y las guardó en bolsas de basura en el gallinero tras mecanografiarlas. «¿Y ahora qué hago con todo esto?», se preguntó. En esos veinte años había publicado dos nouvelles: ‘Quince años’ (1990) y ‘Huesos’ (1997) colaterales al cosmos de ‘Verdes valles’, pero independientes. La primera se regaló con una revista y es el número 1 de ‘Los libros de la Pérgola’. La segunda es el primer número de la editorial Bermingham. Cuando este suplemento entrevistó a Pinilla en 1997, declaró «Hay algo de verdad en el olvido y el silencio». Pero se vendieron solo cien ejemplares de ‘Huesos’ y, a la vista de tan aciaga experiencia para difundir su obra, el escritor se planteó dar a conocer la epopeya a la que había dedicado dos décadas en una gran editorial. Jon Juaristi había publicado en Espasa un ensayo que le gustó, ‘El bucle melancólico’. Tuvo la suerte de encontrarse con él en su paseo diario y le habló de su novelón inédito. Juaristi se prestó a ayudarle. Pero pasaba el tiempo, y no obtenía respuesta; esperó año y medio. Desesperado, habló por teléfono con su amigo poeta Jorge G. Aranguren, sospechaba que Espasa no había prestado atención al manuscrito. Su amigo le habló de un joven donostiarra que vivía en Alemania y publicaba en otra gran editorial. Fernando Aramburu conocía la obra con la que Pinilla ganó el Nadal 1960; en 1995, en el número 49 de la revista de la Universidad de Deusto Mundaiz, había publicado una separata con una ‘Relectura de Las ciegas hormigas’. En septiembre de 2002, Aramburu escribe desde Lippstadt a Pinilla una postal de ‘Los jugadores de cartas’ de Cezanne: ya ha comunicado a la directora editorial de Tusquets, Beatriz de Moura, la existencia de la novela inédita y le desea suerte. En febrero de 2003 celebra en otra postal que Tusquets haya aceptado publicarla. «Conozco lo suficiente la editorial como para saber que no ha tenido otro valedor que la propia novela». Un informe lector de Ricardo Baduell la ha calificado como una gran obra literaria en doce elogiosas páginas.

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Poco antes de la publicación de su novela, Ramiro tuvo que ir a la sede de la editorial Tusquets en Barcelona, llegó al chalet con un paquetito atado con una cuerda en el que llevaba un cepillo de dientes y una muda. Allí dijo que no quería hacer entrevistas, no lo iban a exhibir como un mono. «Yo ya he escrito todo eso». Las responsables de prensa de la editorial no daban crédito. Milagrosamente, aceptó salir en el suplemento XL Semanal de gran tirada y se plegó a cierta promoción. Más allá de la influencia de Faulkner y García Márquez en la obra de Pinilla, la impronta de sus adorados Dickens, John Steinbeck y Mark Twain, inspiran un humor arraigado a la vida, alientan la voz propia y madura que imprimió a su testamento literario.

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En aquella presentación de Casa del libro en 2004 leyó: «Otro propósito: crear un mundo personal, mi mundo, partiendo del mundo vasco en el que he nacido y vivo. Como nos resulta imposible ordenar el mundo endiablado que nos rodea, es bueno ordenar, al menos, el propio. Este intento es el que me ha movido a escribir Verdes valles, colinas rojas». El eco del universo Pinilla, lejos de apagarse, crece como si a su aliento épico no le pesara el paso del tiempo, Rafael Chirbes dice en sus diarios póstumos: «Nos entrega el País Vasco entero».

Con mapa y árbol genealógico

El deseo de Ramiro Pinilla era que ‘Verdes valles, colinas rojas’ se publicara como novela única. Cuando salió el primer volumen subtitulado ‘La tierra convulsa’ no aparece en ningún lado que sea el volumen 1, como si la editorial dudara de su continuidad. Los subtítulos de los volúmenes dos y tres aún no existían. Tampoco había previsto un árbol genealógico de la numerosa tropa de la novela, se anexó a última hora en el primer volumen en las páginas finales. Después, dada su utilidad, se promocionó a las primeras junto al mapa de los escenarios imaginados. La portada del primer tomo la encontró el editor Juan Cerezo en el aeropuerto a su vuelta a Barcelona, recién acordado el contrato. La vista de principios del siglo XX de la Ría desde Erandio en una postal encajaba a la perfección con el espíritu de las dos orillas de la novela. Fue aceptada de inmediato. El cuadro de Guiard ‘La aldeanita del clavel rojo’ lo vio Ramiro muy poco antes de mayo de 2005, cuando fue portada del segundo tomo, ‘Los cuerpos desnudos’. Pinilla no había entrado al Museo de Bellas Artes de Bilbao hasta entonces. La portada del tercer volumen, ‘Las cenizas del hierro’, es un fragmento de una ilustración de un libro sobre Altos Hornos de Vizcaya.

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.https://www.elcorreo.com/culturas/territorios/pinilla-adelanto-boom-memoria-historica-20241019000142-nt.html

 

https://www.elcorreo.com/culturas/territorios/placa-taller-20241019000138-nt.html

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